martes, 6 de enero de 2009

VASCONEZ EL GALLERO

LA VERDAD ABSOLUTA NO EXISTE….. ESTO ES ABSOLUTAMENTE CIERTO ….
C
asi al Frente de mi casa, en el Jirón Coronel Portillo, al costado derecho del Cine Pucallpa, y contrastando con su elevada arquitectura de ladrillos con tejas de madera, se hallaba una vivienda alargada de madera con techo de paja, con un patio delantero y una huerta posterior, constaba de dos puertas y dos ventanas, con una acera muy estrecha de tierra apisonada , sostenida por unas tablas alargadas sujetadas con tarugos de madera a manera de un emparedado, una de las habitaciones delanteras estaba destinada a peluquería, era pequeña, con sus paredes empapeladas con láminas de calendarios y recortes de diarios amarillos por el tiempo, frente al sillón propio del oficio un amplio espejo era el mudo testigo de lo que ahí acaecía, debajo de el en una mesa estrecha pintada de lo que en alguna oportunidad fuera de color blanco reposaban varias tijeras de diferentes tamaños, una navaja de larga y brillante hoja se doblaba en ángulo recto sobre su mango de nácar, mas allá sin orden ni concierto una pastilla de jabón en barra reposaba en un tazón de fierro enlozado, sobre el que asomaba el mango redondo de una brocha de barbero, a un costado colgaba lánguida una pieza de cuero alargado y plano que terminaba en un asa metálica, sobre cuya superficie al calor de sus caricias el Sr. Vascones afilaba la navaja con un va y ven rasposo, sobre el piso de tierra amarillo rojiza pese a la diligente labor de la escoba , siempre se veían algunos restos de los cabellos cortados , La otra puerta situada lateralmente daba acceso a su vivienda.

El era de mediana estatura, delgado, de talante un tanto huraño, y parco al hablar, pelo lacio y negro, ojos ligeramente achinados y gafas de concha, ejercía con eficiencia y discreción su oficio, poseía dos hijas y un varón , las primeras se me antojaban muy hermosas, sobre todo la mayor, lamentablemente me llevaba algunos años, de rostro exótico y felino, con unos bellos ojos verdes , pelo algo castaño, piel canela y tersa tez, y un una figura para quitar el sueño, el varón , de menor de los tres, pertenecía al grupo de juegos de los chicos del barrio, al que se sumaban los Cunty, Los Paiva, Los Mejía, los Hodking, Los Grinishi, y ocasionalmente los Sysley, y que me perdone alguno si es que la memoria me impide el mencionarlo.
Por aquellos años llegaban las noticias con dos a tres meses de atraso, ya sea por boca de los pocos viajeros que llegaban de la capital o con los manoseados diarios de Lima o Iquitos, que eventualmente los acompañaban y que los adultos leían con fruición, no existían los radios a pilas, y los enormes aparatos existentes captaban con mayor facilidad emisoras del Brasil e incluso Europeas, en medio de una estática ensordecedora, a efectos utilitarios podríamos decir con propiedad que estábamos aislados del mundo y sus cuitas, la Guerra Mundial era un hecho casi anecdótico que sucedía en lugares muy lejanos y que por supuesto no afectaba en nada la bucólica vida de los habitantes de Pucallpa, , El Alameín, Guadalcanal, Iwo Jima, o la Rendición del Japón no merecían mas atención que la llegada de Lima de una película nueva , El Arribo del Adolfo, o el cumpleaños de un vecino, siendo este último motivo incluso de mayor interés.

Después de este largo y tedioso prólogo, narraré a Uds. Que una soleada tarde regreso mi Padre de uno de sus habituales paseos vespertinos por la carretera, portando colgado del hombro un enorme y hermoso Gallo, su plumaje intercalaba iridiscentes colores , negros, amarillos, rojos, sus vivaces ojos desde su extraña posición con las patas para arriba, nos miraban nerviosamente curiosos, lo primero que se me vino a la mente en ese momento , ocasionándome una gran salivación, fue el plato de tallarines con pollo que con seguridad comeríamos ese domingo de manos de mi madre, experta en esos menesteres culinarios.

Lo llevó a la huerta que teníamos como era norma en casi todas las casas, desató con cuidado las cuerdas de corteza de plátano que sujetaban sus patas en las que destacaban unos enorme espolones , y lo soltó, algo entumecido se irguió con dificultad y alargando el pescuezo en toda la dimensión que sus vértebras cervicales le permitían, lanzo un estridente Ki Ki Ri Ki, mientras simultáneamente golpeaba con energía sus alas contra el tronco, como tomando oficialmente posesión del corral al que acababa de llegar, y donde ya teníamos instaladas otras aves que nos proporcionaban los huevos y carne necesarios para alimentar a la familia, su imponente figura destacó inmediatamente sobre las de las demás, su roja cresta a manera de una boina recostada hacia un lado le daba un aire parecido al del General Montgomery que en las fotos de los periódicos y noticiarios fílmicos había visto, su caminar erguido y elegante impresiono a todo el gallinero, y nuestras gordas gallinas de pelirrojo plumaje cloqueaban embobadas a su rededor, nuestro antiguo gallo de desnudo cuello hizo un tímido intento de reafirmar su antigua posición, pero salió despavorido en cuanto el nuevo alargo su cuello hacia él horizontalizando su figura y erizando las plumas , en ese instante supe de manera indubitable cual era el ave destinada a la tallarinada dominical.

Al día siguiente recibimos de manera inusual la visita del Sr. Vascones que acompañando a mi padre entro en casa hasta la Huerta, hecho totalmente extraño pues nunca había sucedido, los vi a ambos sentarse de cuclillas alrededor del apuesto gallo, mientras que el peluquero con ojo escrutador lo observaba, yo lo imaginaba cortándole el plumaje de la hermosa y gallarda cola quien sabe con que fines, o recortándole las alas como con anterioridad había visto hacer a los empleados de la casa para evitar que las aves se fugasen volando, pero llamar a un peluquero para eso, pese a mi corta edad , me parecía una insensatez descabellada, entre ambos lo acorralaron y Vascones lo tomó entre sus manos, lo sopeso con profesional maniobra, acerco y retiro la cabeza del gallo de la suya, acarició sus espuelas, escrutó sus ojos, a todo esto yo buscaba ver aparecer en sus manos las tijeras de su oficio, pero esto no sucedió, luego lo deposito suavemente en el suelo, y lo escuche decir a mi padre, ...mañana lo probamos, tiene buena estampa... Este comentario me desconcertó, ese lo probamos me sonaba a pepitoria de gallo, o tal vez a gallo al horno por aquello de la buena estampa, intrigado volví a mis juegos habituales, sin olvidar por un instante de lo que había sido testigo.
Al día siguiente antes que el sol calentase la mañana, vi cruzar la calle, de su casa a la nuestra al Sr. Vascones con un bulto negro bajo el brazo, que se agitaba por momentos, ya mas próximo distinguí otro gallo, igual de bien plantado que el nuestro, lo que complicó mi enigma y acrecentó mi curiosidad, lo recibió mi padre y ambos se dirigieron a la huerta, volvieron a ponerse de cuclillas junto a nuestro gallo , y el peluquero sin soltar el suyo empezó a acercarlo y retirarlo retadoramente de Carmelo, nombre con el que mi padre ya lo había bautizado premonitoriamente, Carmelo inmediatamente se le fue encima, Vascones cayo de espaldas cuan largo era y su Gallo libre de sus manos se trenzo en una aparatosa pelea con el nuestro, vi volar muchas plumas entre sorprendido por la fiereza de la pelea y risueño por la posición del peluquero, el cual rápidamente se incorporó y corrió tras su ave, separándola angustiosamente del pico, patas y aletazos de Carmelo, mientras le decía a mi padre, ... ese gallo es una bestia asesina....., lo vi revisar a su gallo y tras comprobar que estaba todavía entero, se retiró humillado, mientras notaba una indisimulada sonrisa en el rostro de mi padre, sus ojos verdes chispeaban como bengalas navideñas como diciendo ...ya lo sabía....ya los sabía....

A partir de ese día entre al mundo de los Galleros, aquella logia de aficionados a las peleas de estas aves, y Vascones, el Fígaro del pueblo, resultó ser el Gran Maestro de esa Institución, tomó a su cargo el entrenamiento de Carmelo con un celo muy profesional, le indico pastillas de vitaminas, grano seleccionado, y yo por primera vez reparé en que las aves que el tenía en su corral no estaban destinadas a la pitanza Familiar, si no a fines mas específicos y lúdicos, yo visitaba cotidianamente a Carmelo al igual que mi padre y veía sus escarceos pugilísticos, sin embargo era evidente que no existía un gallo de su peso en toda la comarca, era un peso pesado innato, un Mike Tyson genético, hacia honor a aquello de Avis Rara.

Unas semanas después un soleado Domingo me pusieron mis prendas reservadas para eventos especiales y mi padre menciono algo de Coliseo, se colocó sus gafas de sol Ray Ban y su casco colonial Ingles mientras yo imaginé un lugar donde luchaban los gladiadores, cubiertos de brillantes corazas, con lanzas y redes en las manos, tal cual lo había visto en el cine, y nos marchamos muy orondos mientras mi madre desde el dintel de la puerta le decía...no apuestes mucho..., lo que me convenció indubitablemente que nos trasladábamos a un Coliseo Romano, con un público frenético que reclamaba sangre, y un Cesar señor de vidas y muertes que con un movimiento de su pulgar decidía el destino de los esclavos, pero algo en mi interior me decía que algo no calzaba en ese rompecabezas, ¿ Que tenían en común Roma y Pucallpa ? Donde estaba ese coliseo que yo nunca lo había visto, pese a que estaba seguro no habría escapado de mi vista en mis numerosas correrías por todo el pueblo (que en es entonces era muy poco). Caminamos en dirección a la casa del Sr. Vascones, donde en su patio delantero vi a numerosos parroquianos, pasamos por el costado de su casa y en la huerta interior habían de la noche a la mañana, ( pues estaba seguro de no haberlo visto el día anterior ) improvisado un escalonado escenario, como la galería de los circos, circular, de reducidas dimensiones, con un anillo al centro como el de un coso taurino pero para unos toros liliputienses, ya numerosos aficionados colmaban las graderías que olían a madera fresca , al llegar mi padre, amigos y conocidos lo rodearon, destacando por su erguido porte y elevada estatura, los oí reír y comentar , circunstancia que aproveche para buscar a Jorge, el menor hijo del peluquero, y le pregunte que sucedía, me miró extrañado como diciendo ...de que planeta has venido que ignoras lo que sucede....

Nos metimos bajo las improvisadas tribunas que crujían por el peso de los espectadores, tanto que temí por un momento morir aplastado, sin embargo nos acomodamos tan cerca del anillo central como el espacio nos lo permitió, a poco escuche el estridente pitido de un silbato y dos individuos con sendos gallos en sus manos se introdujeron en el ruedo, los enfrentaron y a una señal de un tercero que fungía de arbitro los liberaron, saltaron rápidamente hacia fuera mientras las dos aves enfrentadas en feroz lucha trataban de destrozarse mutuamente, allí estaban mis gladiadores, el público rugía animando a su favorito mientras intercambiaban billetes de apuesta avalando con sus haciendas sus preferencias; La pelea terminaba en tres a cuatro minutos, tras uno o varios rounds según fuese el comportamiento de las aves, de conformidad con reglamente no escrito pero respetado escrupulosamente , cuando uno de los dos contrincantes enterraba el pico, frase que aprendí ese día y que graficaba la postura en que quedaba el gallo derrotado con la cabeza caída y el pico apuntando hacia el mismísimo infierno, que en ese entonces suponía se encontraba en el centro de la tierra. Con infantil inocencia me contagie del entusiasmo de los concurrentes y apostaba con Jorge con imaginarios billetes sobre el que me parecía ganador; Así transcurrieron varias peleas, en las que vi a mi Padre sin mayor interés, pero al acercarse el medió día anunciaron la pelea de fondo, con engolada voz el que fungía de arbitro anuncio a Carmelo de propiedad de D. Juan Zaplana, entrenado por el Sr. Vascones, y a otro Gallo, primero en el ranking de la localidad, ;No terminé de escuchar el anuncio pues el corazón se me detuvo por unos instantes, y Jorge enterado del asunto me observaba sorprendido de mi ignorancia, por supuesto que en esa pelea no tuve con quien apostar, pues Jorge se rehusó a ello ya que ambos teníamos comprometida en ese pugilato a nuestra honrrilla, yo por ser el hijo del dueño del Gallo y el por ser el hijo del entrenador. Entro al ruedo Vascones, El Gallero, pues de pronto cambio su estatus ante mis ojos , acunaba entre sus brazos a Carmelo, al cual lo cubría por la cabeza una funda negra, a manera de yelmo medieval, Colgaba de sus cintura sujeta por una manoseada cuerda, una afilada navaja la que utilizaba para aguzarle los espolones, lo vi sorber agua del pico de una botella y rociárselo con un soplido al rostro y debajo de las alas a Carmelo, el cual lucia nervioso por la algarabía, mi padre cruzo sus brazos a la altura de su abdomen, y cruzo también unas apuestas, su apostura no traslucía ninguna emoción, como
Que con el no era la cosa, si ganaba o perdía aparentemente, solo aparentemente le era indiferente, eso era lo que los demás percibían, pero yo sabía que mi Padre era incapaz de hacer nada a menos que estuviera seguro al 99.9 % de ganar. La procesión le iba por dentro...

Tras quitarles las capuchas negras, soltaron a los Gallos, y tal como nos tenía acostumbrados, sin estrechar el ala de su contrincante, Carmelo se le fue encima y en dos patadas (nunca mejor empleado el término) finiquito el asunto, un Uhhhhh. Proveniente de la galería donde aún no se habían terminado de acomodar los asistentes ni de acordar sus apuestas fue el homenaje que las tribunas rindieron al Debut de Carmelo.

A esta pelea siguieron otras, pero la monotonía de los resultados aburrió al público, no existía el interés de las apuestas pues ¿quien seria el loco que apostaría contra el ? hablaron a mi Padre de llevarlo a Huánuco, a Huancayo, pero el ya había satisfecho su ego, le ofrecieron el oro y el moro para comprarlo, se que los huevos fecundados por Carmelo le redituaron interesantes dividendos, y cuando algún aficionado venia de fuera pasaba a visitar a Carmelo, al cual se ganó el indulto de por vida, mi madre resignada ya a no ponerle jamás las manos encima ,comentaba que ya estaría muy duro para hacer una cazuela, y así transcurrió el tiempo, hasta que una feroz epidemia de peste aviar se presentó en el Pueblo, uno a uno los corrales se fueron quedando vacíos, y las mañanas se despoblaron de sus cantos matutinos, y pese a los esfuerzo de mi padre nuestras aves también se contagiaron, morían diariamente presas de crueles convulsiones, hasta que solo quedó Carmelo, parecía invulnerable a los virus que diezmaban a las demás aves, y cuando daba la impresión que ya el peligro había pasado , una mañana amaneció arrodillado con la cabeza gacha y enterrado el pico, pero su posición era digna, hasta la muerte había respetado su prosapia , había perdido la única y última batalla de su vida.

Creo que todos derramamos lagrimas, y por la cantidad de aficionados que acudieron a contemplarlo por última vez, aquello parecía el funeral de una autoridad, no el sepelio de un simple gallo (y que me perdone por lo de simple). Lo enterraron con honores en la parte mas alejada del patio, debajo de unos troncos de plátano cuyos racimos gordos colgaban apuntando el sitio.

Y este es el final de su historia o quizá el comienzo de otra, en la otra vida del paraíso de las aves, donde indiscutiblemente Carmelo habrá sentado plaza como el Gallo de Pelea más imbatible de la eternidad aviar.

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