martes, 6 de enero de 2009

SOLDADITO EL AGUADOR

Si existe algo que desconozco, es más que probable que nunca haya ocurrido.

M
i padre fue siempre un especialista en poner sobrenombres a cuantos conocía, pero para hacerlo hay que tener una capacidad de evaluación psicológica inmensa, pues no caía en el facilísimo de aplicarla basado simplemente en las características anatómicas del beneficiado de su atención, si no, que solían resumir una serie de atributos de esa persona, físicos, y conductuales , y lo hacía con una naturalidad envidiable, y tan acertadamente que el apodo solía sustituir inmediatamente al patronímico del interfecto., Así teníamos a LA TELESCOPIO una vecina de ojos saltones y muy curiosa que siempre paraba atisbando a sus congéneres ya sea subrepticia o descaradamente, LA MUNDO FEO otra feligresa poco afortunada de rostro y una entraña que le corría pareja. LA POTO CON YAPA que no amerita mayor explicación, y cuyo derriere era un reclamo a los placeres venéreos, LA VIVORITA una colega de María Magdalena que tenía un caminar serpenteante y una conducta similar, y así podía continuar indefinidamente, cosa que quizá algún día haga, pues el tema da para ello; Todo esto viene a colación de SOLDADITO, un diligente repartidor de agua de los años 50 en Pucallpa, época en que esta importante función corría a cargo de individuos que premunidos de un equino, se encargaban de captar el agua de los pozos que se ubicaban en la periferia de la ciudad, envasarlos en recipientes de plancha galvanizada, y de a cuatro por carga, procedían a llevarlos al domicilio del que así lo solicitase a cambio de un justo estipendio.

No se si el apodo se lo otorgó por sus antecedentes en la milicia, cosa que no sería de extrañar, pues muchos de los conscriptos al licenciarse se quedaban en la selva, o si lo hizo por su porte militar y manera de saludar, llevándose la mano a la sien, a la manera castrense, fuese cual fuese el motivo, su rostro andino, siempre colmado de gotas de sudor, revelaba su procedencia, de corta estatura, pelo lacio, torso y extremidades fuertes, tiraba siempre de una noble bestia, mezcla de rocinante y platero, que lo seguía con un trotar pausado, resollando por sus ollares dócilmente, resignado a su precario destino, zangoloteando el agua que portaba en el lomo, la cual emitía un sonido muy peculiar mezcla de liquido, latón y gemir de madera, ploc….plock…..ploc… con Un vaivén rítmico y acompasado, cadencioso, afiatado al caminar del jamelgo, y soldadito por delante, emitiendo de vez en cuando un agudo silbido para estimular el trote, o un soooo.... para sofrenarlo.

Usualmente a los aguadores se los captaba al paso, cuando se cruzaban por la puerta de la casa de uno, o en ocasiones de gran demanda en los meses de estío, había que ir a por ellos hasta el bajial donde se ubicaba el pozo en el que se reunían diligentes a llenar sus envases, tirando de un cubo atado a una soga, el que dejaban caer súbitamente a sus profundidades, el chasquido que producía el impacto al estrellarse contra el agua llegaba a la superficie apagado, luego tirando de la misma cuerda lo subían a fuerza de músculo, para luego verterlo a través de un embudo, por el estrecho cuello de los recipientes de latón, y así, una y otra vez hasta completar los cuatro envases, que conformaban lo que se llamaba una carga de agua, la cual a continuación subían al lomo del animal, en el que se ubicaba una jaula de Madera que reposaba sobre unas gruesas mantas, todo ello sujeto mediante unas ajustadas fajas de robusta tela al lomo y globuloso abdomen de la bestia, la que tenía el espinazo cóncavo, deformado por efecto del peso de su carga, y así trota que trota subían la empinada cuesta que los alejaba del pozo y los acercaba a su destino, supiteando (expulsando pedos) desfachadamente, entre las risas de los que acertaban a pasar cerca.

Cuando recibía el encargo de labios de mi madre, para ir a por el, corría presuroso a buscar a soldadito, al que fácilmente identificaba por su porte andino, su camisa siempre húmeda, con mas desgarros que tela , por entre los cuales se ventilaba su anatomía, los pantalones arremangados a la altura de las rodillas, que dejaban al descubierto sus nervudas y lampiñas extremidades, su rostro parecía salpicado permanentemente por gotas de rocío que se escurrían desde su frente hacia su cuello, compitiendo en Número con las picaduras de viruela que poblaban su cara, y que él las dejaba correr indiferente, manando como de una fuente inagotable en dirección a la tierra, las que la recibía ávida de agua, al dirigirle la palabra parecía despertar de un sueño y como nos conocía, tiraba de las riendas de su caballo y se dirigía a casa, yo corría y saltaba detrás del mismo, moviendo rítmicamente la cabeza al compás de los movimientos de la cola del animal, la cual parecía el péndulo de un inmenso reloj, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, abanicando su grupa, y pujando por el esfuerzo, deleitábame con la musical melopea del sonido del agua dentro de los recipientes y de rato en rato viendo estallar las gotas contra el cuello del mismo y Brotar al exterior como la lava de un imaginario volcán, apostando en cada irregularidad del camino de cual de las cuatro bocas manaría la erupción, o tratando de calcular cuanta agua se perdía en el camino, pocas veces lo escuche hablar, y cuando lo hacía empleaba el aquechuado castellano de nuestros serranos, sin respetar los gerundios ni los tiempos ni mucho menos la sintaxis, sin embargo para mi era divertido el escucharlo pues obtenía material para imitarlo y payasear frente a mis padres.
Cuando no lo encontraba, porque aún no había vuelto de repartir algún otro “viaje “ de agua, me sentaba al borde del pozo aguardando su regreso, inclinaba mi cuerpo a su interior tratando de imaginar mi rostro reflejado en su nebuloso y obscuro fondo líquido, de donde se desprendía un frescor gratificante y un aroma que sintetizaban los olores a tierra mojada, a cáñamo, a humedad a guardado, a río, a mujer, a limpio, y cuando brotaban los baldes colmados, como perdigones despedidos por la boca de un inmenso cañón, salpicando agua alrededor semejando fuegos artificiales, me apartaba de un salto para evitar ser mojado, mientras los demás aguadores y las lavanderas que acudía a su vera a practicar su oficio, reían alborozados, lo que me incentivaba a repetir Una y otra vez el salta para atrás con aparatosas pantomimas; No faltaba una mano amiga que me alcanzaba un pate con agua para saciar mi sed y enjugar mi rostro, y la bebía ávidamente posando mis labios sobre su diáfana superficie como besando los labios de una mujer y devolviendo la mirada a mis ojos reflejados en su espejo liquido. , la concavidad de mis manos se adaptaba sensualmente a su natural superficie, como abrazando un inmenso y terso seno femenino, beber sé Convertía así en un rito cuasi religioso, elevando el pate como el sacerdote eleva el cáliz. Al momento de la Consagración.

Cuando el sol apretaba su presencia era mas requerida, sin embargo imagino las tribulaciones de su hogar en la época de invierno, cuando el agua del cielo suplía con ventaja al agua de la tierra y le impedía llevar el pan nuestro de cada día a casa, en esos días me sentaba en el alféizar de mi ventana a ver caer la lluvia, a contar las coronas que sus gotas formaban en los charcos al caer sobre ellos, a ver correr cual hermosos veleros las pequeñas hojas arrastradas por las corrientes de agua que se formaban y que como caudalosos ríos discurrían cuesta abajo en dirección al río verdadero, nuestro Ucayali, esos días que a veces se convertían en semanas extrañaba su presencia, y contemplaba los cilindros donde guardábamos el agua colmados a rebosar brillantes y lustrosos ajenos a sus necesidades.

Cuanta sed habrás saciado, cuantas febriles gargantas aliviaste, sin embargo poco a poco te convertiste en prescindible, primero fue tu caballo, el cual tu mismo substituiste por un triciclo de chirriante cadena y estridente carrocería, cuan diferente del acompasado trote equino, el zangolotear del agua no volvió a ser el mismo, ya no tirabas de la noble bestia, y la fuerza de tus piernas substituyo su leal pujanza, ya no marchabas por delante, de locomotora pasaste a furgón de cola, podría alguien aclararme ¿Donde estaba la ventaja? . Luego vinieron otros hombres y abrieron enormes zanjas en las calles, tendieron unos indiferentes tubos de granito, y el agua discurrió por si sola a nuestros hogares, y tu te marchaste poco a poco, primero del centro de la ciudad desplazado por el progreso y posteriormente de manera definitiva.

Nunca supe en que te convertiste para sobrevivir y muy pocas veces volví a contemplar tu rostro, ya no eras el mismo, no tenias la parchada camisa ni los arremangados pantalones que te caracterizaban, eras uno mas de los anónimos pobladores del mundo, dejaste para siempre de ser “ SOLDADITO el aguador “. No fue un diluvio permanente la que mato tu oficio, la naturaleza nunca sería tan cruel, fuimos nosotros mismos los que te convertimos en una víctima mas ofrendada en el altar del progreso.
Adiós SOLDADITO, y gracias por toda el agua que bebió mi infancia.

*Pate: recipiente en forma de media esfera, confeccionado con la cáscara seca del fruto del árbol del Huingo, de unos 15 a 20 cm. de diámetro. Se emplea a manera de plato o pequeña bandeja. Sumamente liviano y práctico, los nativos suelen hacerle un ojal en su borde y llevarlo colgado pendiente de una cuerda, cuando salen al monte.

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