martes, 6 de enero de 2009

LA BOCA DE MANANTAY

LO IMPORTANTE NO ES GANAR, … SI NO DERROTAR AL OTRO

A
l sur de la ciudad de Pucallpa se encuentra la desembocadura de la quebrada de Manantay, a la que une sus aguas el caño de Yumantay, a ella allá por los cincuenta se llegaba por un arbolado sendero que cruzaba una serie de chacras particulares, no existía en ese entonces la Refinería de ganso Azul, al menos no se ubicaba en esa zona, el barrio de Bellavista, Santa Clara, y San Fernando no estaba ni en nuestra mas febril imaginación, Para llegar a ella desde mi casa, en el Jirón Coronel Portillo se cruzaba el precario puente de tablones de Ashna caño, y desde ahí empezaban las huertas, luego se volvía hacia la izquierda y paulatinamente nos íbamos pegando a la orilla del Ucayali, donde interminables platanales nos cobijaban debajo de sus amplias hojas que se abanicaban al viento como verdes banderas, con hermosos racimos colgando al viento, donde cientos de abejas pululaban en busca del néctar de sus flores, y así con el río a nuestra izquierda y la selva a nuestra derecha avanzábamos hasta un quebrada cortada por dos barrancos de fértil tierra negra, y cruzada por un grueso tronco a manera de puente, en la temporada de creciente el río llegaba hasta ese lugar, y en la época de vaciante comenzaban allí unas playas de fina arena gris que se internaban hasta perderse de vista en lo que fuera lecho de río y donde los moradores aprovechaban para sembrar plantaciones de enormes y jugosas sandias o espigados arrozales que se mecían en verdes olas empujados por el viento

Con mi padre solíamos salir a pescar juntos a la boca de Manantay, donde se capturaban fácilmente unas enormes corvinas, provistos tan solo con un sedal de pabilo y un anzuelo al que sujetábamos un gusano como carnada, recuerdo que en la fecha escogida me levantaba muy temprano a buscar gusanos, proveído de un corto machete hurgaba la tierra húmeda de la huerta de mi casa, escogiendo los lugares obscuros debajo de las tablas o de las ramas secas caídas de los árboles, y uno a uno los iba colocando en una lata vacía de leche, hasta acopiar una cantidad mas que suficiente, uno a uno los sacaba de la tierra, sujetándolos suavemente por un extremo y tirando de ellos, los que se estiraban bajo mis dedos como hilos de goma, tratando de escapar en sus túneles subterráneos, y se adelgazaban sus cuerpos en una desigual lucha contra la tracción de mis dedos, luego los veía enredarse como rojos y gruesos fideos dentro del recipiente, abrazándose entre ellos intentando penetrar el metal para huir otra vez a la tierra de donde salieron

Al llegar la temporada de vaciante cuando el río mermaba, la tentación de ir a la playa a bañarnos en las charcas que dejaba al retirarse , se convertía en insoportable para un chico de 11 años como yo, las rojas y carnosas sandias nos esperaban sujetas a sus tallos durmiendo bucólicamente sobre la tibia arena, la aventura de ver pasar lánguidamente la mañana mientras pescábamos y retozábamos en el agua nos mordía las entrañas royendo el miedo que nos inspiraba el contravenir los deseos y órdenes de nuestros padres quienes no carentes de motivos nos prohibían el hacerlo, pues no faltaba verano en que algún conocido se ahogase arrastrado por la corriente del río o atrapado por una boa que lo hundía en las cenagosas profundidades del río o devorado por un inmenso Súngaro que lo aguardaba con la boca abierta esperando que salte al agua, o un dinosaúrico lagarto, de esos que llegaban a medir con facilidad 6 a 8 metros de largo , al menos eso era lo que nos contaban nuestro mayores inundando de miedo nuestros cuerpos. Sin embargo la tentación crecía día a día, al mismo ritmo que las jugosas sandias, hasta que sacando fuerzas de flaqueza tomábamos la decisión de ir a la playa.

Masho era un amigo de infancia, de mi misma edad pero de mas corta estatura, su padre tenía un trapiche de moler caña en Paca Cocha, y para mover los cilindros de madera en que prensaba la caña para extraer su delicioso jugo, empleaba unos caballos que daban interminables vueltas alrededor del trapiche haciendo girar sus sólidos tambores , vuelta y vuelta en una noria interminable trotando con paso cansino que ataba a los brutos a un cruel destino, me vinculó a él una interesada amistad, pues cuando sacaba a pastar los caballos aprovechábamos para montarlos a pelo o encima de unos costalillos de yute, pero el solo hecho de galopar en ellos me convertía en un mítico Cow Boy del oeste, y nos otorgaba un status diferente del de los demás chicos pedestres, con el me fumé mi primer cigarro, un Lucky Strike sustraído a mi padre , y que encendimos escondidos en la copa de un árbol, del cual no se como no caíamos al suelo por el mareo que el humo nos ocasionó, y así entre pitada y pitada, imaginando ser los dueños del mundo decidimos ir a la playa a bañarnos y robar sandías, conversamos de lo bien que íbamos a pasarla, soslayando todo comentario sobre los lagartos, las boas y los súngaros, aunque su recuerdo rondaba incansable nuestras mentes, pero ....quien quería acordarse de esas cosas....

Decidimos muy campantes hacernos la vaca el sábado siguiente, día que tocaba Educación Física y salíamos a practicar deporte frente a la Escuela en un inmenso patio al aire libre que ahí existía, la vigilancia se relajaba y los muchachos corrían por todos lados haciendo prácticamente imposible llevarles el control; La mañana escogida me puse la ropa de baño encima de los calzoncillos para ocultarla bajo los pantalones y que en casa no conociesen de mis intenciones, tome mi bicicleta y con un adiós marche a la Escuela, Masho había hecho lo mismo, y nos encontramos una cuadra antes , encargando nuestras bicicletas a una amable señora que vendía refrescos y fruta bajo la sombra de un enorme mango en el Jirón Inmaculada, y que era totalmente ajena a nuestras intenciones y se convirtió en inocente cómplice , ella tenía por clientes a los a los alumnos de la 1230 y a las chicas de la Escuela de las madres Franciscanas y esto haría menos evidente nuestra fuga.
Después de pasar lista, los profesores empezaron la rutina de los sábados, de lo cual aprovechamos para subrepticiamente y como quien se va a tomar un refresco, coger nuestras bicicletas y salir como alma que lleva el Diablo en veloz estampida en dirección a la pista de aterrizaje del antiguo aeropuerto que cruzaba en diagonal por detrás de la escuela, y cuya pista nacía donde ahora se encuentra el Mercado N. 2 y desde ahí se dirigía en Dirección a Paca Cocha, por detrás del lugar que ocupa actualmente el Hospital Regional, dimos este rodeo para evitar el centro de la ciudad donde existía la posibilidad que alguien nos viese, cruzamos la siete de Junio y siempre dando un rodeo por las chacras enrrumbamos con dirección a Manantay, fuera del área urbana y mas confiados de nuestra suerte pedaleábamos alegremente entre gramalotales y sembríos de yucas y piñas, sintiendo en nuestros rostros el aire de la mañana y el inclemente sol que empezaba a golpear nuestra piel con sus dardos de fuego, nos sentíamos libres y gritando y pedaleando avanzábamos por el sendero, ocasionalmente nos cruzábamos con algún morador que iba al pueblo o que regresaba de el, algunas mujeres con cántaros de agua en la cabeza, que caminaban erguidas como palmeras haciendo hipar sus glúteos con su cadencioso paso, uno que otro perro chusco , con la piel dibujándole las costillas se atrevía a ladrar nuestro paso, aunque la mayoría huían despavoridos , al igual que las rojas gallinas de chacra que cruzaban aterradas el sendero en medio de un revolotear de plumas y estridentes cacareos, algunos chicos a la vera del camino nos veían pasar con ojos sorprendidos y abultados vientres , y nosotros haciendo piruetas sobre nuestras máquinas no nos cansábamos de hacer sonar nuestros timbres y lanzar gritos al viento. Las sensaciones de las que estábamos disfrutando pagaban con creces el susto de nuestra escapada., paulatinamente la tierra roja del sendero se fue haciendo negra, y los platanales substituyeron a los yucales, y nosotros agradecíamos la sombra que nos brindaban, a la vuelta de un recodo apareció la boca de Manantay como una negra herida sobre la tierra, al fondo discurrían plácidamente sus aguas del color del óxido, y se internaban por la playa como una enorme lengua que lamía sus bordes arenosos abriéndose en un delta con numerosas lenguas diminutas, cargando nuestras bicicletas lo mejor que podíamos nos deslizamos ladera abajo y una vez en la playa nos quedamos en ropa de baño, doblando nuestros pantalones y camisas , colgándonos el calzado al cuello atando sus cordones , y a ratos pedaleando y las mas empujando nuestras máquinas nos dirigimos cruzando las lenguas de agua de la quebrada que se dirigían lentamente hacia el río, la luz del sol rielaba sobre las cansinas aguas y la arena brillaba con destellos aúricos , una y otra vez con el agua hasta las rodillas avanzábamos por la fresca corriente , mojando de rato en rato nuestras cabezas para calmar el ardor de la resolana, y así llegamos hasta una zona de vegetación que coronaba un pequeño montículo como una verde cabellera que se deslizaba por sus laderas, y donde se adivinaban unas enormes sandías de veteados colores, acomodamos nuestras escasa pertenencias, y nos dedicamos a correr entre la arena, a buscar las huellas que las Taricayas dejaban en la arena cuando salían del río a desovar, las cuales semejaban las marcas de las orugas de un tractor , y así encontrar sus nidos y hacernos de unos cuantos huevos, de rato en rato chapoteábamos en las aguas de Manantay, sin atrevernos a nadar en el Ucayali, el cual corría caudaloso unos metros mas allá, nuestra temeridad no llegaba a tanto.

Al acercarse el medio día , y después de habernos atracado con una dulce y jugosa sandía tomamos nuestras pertenencias y empezamos el retorno, y aprovechando las pendientes de los montículos de arena para deslizarnos cuesta abajo en las bicicletas, arrastrando los pies a los costados , acabábamos de hacerlo y entramos con gran viada en las quietas aguas de una de las lenguas de agua del Manantay, cuando Masho que había desmontado unos metros delante mío empezó a gritar desaforadamente tirando la bicicleta a un costado y arrastrándose dando unos espantosos brincos en el agua que escasamente nos llegaba a media pierna , trataba de ganar la orilla opuesta con desesperación, ante este espectáculo y sin saber que ocurría tiré también mi bicicleta y retrocedí por donde había venido, subí corriendo a terreno seco desde donde escuchaba los gritos de Masho mezcla de dolor y llanto, y lo vi sujetarse una de las piernas y me llamaba con desesperación, en ese instante acudieron a mi mente en apretado tropel todas las historias sobre boas, lagartos , shushupes, mantonas y demás animales que poblaban nuestros Ríos y lagos, y trataba de identificar alguno de ellos , pero sobre el lecho de la quebrada solo descansaban nuestras bicicletas como mudas osamentas de un extraño animal, y sus ruedas giraban ominosas lentamente , las aguas enturbiadas por nuestros bruscos movimientos no me permitían ver nada, y los gritos de mi amigo eran cada vez mas urgentes, nos separaban escasamente 15 metros y un lecho de agua de no mas de 35 cm. , sin embargo para efectos prácticos era lo mismo que nos hubieran separado las caudalosas aguas del Amazonas o el mismísimo Ucayali , o el cañón del río Colorado, pues no existía fuerza en el mundo que me hubiese podido obligado a cruzar la quebrada la cual imaginaba poblada de pirañas, boas y demás reptiles , tenía los pies sembrados en la arena y el corazón tratando de escapárseme por la boca en donde un sabor agri salado a sangre acababa de instalárseme . Buscaba desesperadamente la presencia de otro ser humano, pero no había nadie, lo que hasta pocos momentos antes había convenido a nuestros intereses ahora se volvía en contra nuestra, mientras tanto yo seguía esperando ver salir en cualquier momento del agua un terrible animal ya sea en dirección a Masho o hacia donde yo me encontraba, para lo cual ya estaba identificando una ruta de escape , sin embargo la preocupación por mi amigo me retenía como hipnotizado a escasos metros de la orilla, mi nombre sonaba con mas insistencia en mis oídos , y unas lágrimas pugnaban por brotar de mis ojos , y sin yo repararlo me encontré venciendo mi instintivo miedo y corriendo con desesperación a través de las aguas, mis pies parecían no tocar el lecho si no volar sobre su superficie , y en un abrir y cerrar de ojos me encontré a su lado , arrastrándolo cogido por los hombros, alejándolo de la orilla lo mas lejos que mis fuerzas me lo permitían , mientras el con desesperación se cogía con las manos tintas de sangre una pantorrilla , yo seguía imaginando lo peor, y no separaba la vista de las aguas que seguían fluyendo mansamente indiferentes a nuestras cuitas, y entre sus gritos y sollozos identifique la palabra ..raya, ...raya.....recién entonces me volvió el alma al cuerpo y recordé todas las historias sobre picaduras de este pez, de la misma familia que los escualos, con forma de plato y dotado de un apéndice caudal en el que lleva un ponzoñoso aguijón, el cual clava a la manera de un alacrán a los incautos que inadvertidamente lo pisan, ya que gusta reposar en zonas de aguas poco profundas y de escasa corriente, ambos habíamos olvidado de su existencia, mas preocupados por otras bestias mas ofensivas, sin embargo conocíamos por referencia de lo doloroso de su picadura, poco a poco Masho volvió a adquirir el control sobre su cuerpo, vende como pude empleando un calcetín su pierna de la que afortunadamente ya no manaba sangre, y ayudándolo a saltos nos trasladamos hasta cerca de donde el grueso tronco cruzaba el rió, y corrí a pedir socorro a la primera persona que lo cruzo, la que resulto ser una amable moradora del lugar, con su ayuda y la de dos de sus hijos trasladamos a Masho al entarimado de su casa , y mientras ellos lo asistían volví por las bicicletas abrumado por el peso de lo que se me vendría encima, pues no me quedaba otra que volver solo y notificar a mis padres de lo sucedido, así como avisar a los padres de Masho, no había ya manera de ocultar lo que habíamos hecho.
El regreso se me hizo cortísimo, hubiese preferido tardar mil años antes de llegar a casa, y nada mas entrar mi Padre al ver mi aspecto, sin ropa ni calzado, lleno de barro y arena, alarmado me pregunto .... Que ha pasado? .... recién entonces reparé que solo tenia puesta la trusa de baño, y entre sollozos le conté lo sucedido, me cogió de una oreja y me introdujo al interior de la casa y de ahí a la ducha , lo vi salir presuroso, mientras mi madre me aseaba diligentemente y murmuraba ...muchacho...muchacho ...como si hubiese recobrado a su hijo de las garras de la muerte.

Almorcé muerto de susto, esperando el regreso de mi padre y las consecuencias disciplinarias que esto me acarrearía, y esto sucedió ya avanzada la tarde, y escuche que habían tenido que ir con el padre de mi amigo en una lancha a motor desde el puerto y entrar por la quebrada para recogerlo, pues por el camino de trocha no entraba ningún vehículo fuera de las bicicletas, y el no estaba en condiciones de caminar, que lo habían llevado al hospital con la pierna mas hinchada que un balón de fooball y que no cesaba de gritar, y confirmaron lo que yo sabía que una raya fue la causante de nuestras desdichas.

Yo la saque barata, pues mi madre intercedió vigorosamente a mi favor, y hasta mi hermana salió en mi defensa, eso si no tendría cine por lo menos un mes y que me olvidase de paseos y otras recompensas, en el fondo ante lo que yo esperaba eso era coser y cantar.

Visité dos o tres veces a Masho, al cual no le fue mejor que a mi, afortunadamente se recuperó rápidamente con tan solo una cicatriz redonda en la pantorrilla del tamaño de una moneda de a sol, como recuerdo imborrable de una mañana de aventura en la boca de Manantay.

Taricaya: Tortuga de río
Shushupe: serpiente muy venenosa, conocida también como Yarara en Brasil
Mantona: Serpiente de la familia de las boas pero de menor tamaño y vistosos colores

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