Primer puesto en el Concurso de narrativa del CENTRO ANDALUZ DEL PERU 2008, retirado de concurso a solicitud del autor, pues mi hermana había obtenido el primer puesto en poesía, y se creaba una sensación de acaparar preseas familiarmente.
“El hombre se hace viejo muy pronto y sabio muy tarde”
S
i me preguntaseis por su verdadero nombre, si es que ese no lo era, no sabría decíroslo, pero si alguna vez lo tuvo, este se había perdido de la memoria popular, reemplazado por el apelativo de : ....
El Niño José;
Quien no lo halla conocido y escuche esta denominación imaginará a un pequeñuelo de nombre José adornado con otros atributos propios de la infancia, pero si Ud. hubiese vivido en Pucallpa allá por los años 50, entonces acudiría a su memoria una figura muy diferente, totalmente opuesta a la anterior, y es que a todos los que lo conocimos nos evoca sentimientos tiernos, cálidas tardes llenas de luz y colorido, perfume a tierra y a floresta , murmullo de hojas mecidas por el viento, rumor de río, y es que pocas veces un cuerpo tan grande y de aspecto tan hosco, albergó un corazón tan tierno.
JOSE era un negrazo de esos que ya no se fabrican, o es que los ojos de nuestra infancia nos hacían verlo enorme, como contemplaría un habitante de Liliput a Gulliver, con una piel azabache permanentemente cubierta de sudor , con unos ojos redondos , blancos y vivaces , un cabello ensortijado y escaso que cubría precariamente la bola brillante de su cráneo , un vientre abultado que desbordaba por encima de un gastado cinturón de sobado cuero, que en alguna oportunidad fue marrón , en el centro de esta protuberancia abdominal lucia el hoyo de un ombligo dibujado con un compás, que a manera del ojo de un cíclope , parecía mirarnos socarronamente desde la profundidad de un negro pozo, poseía unos labios gruesos vultuosos como fruta madura, que al entreabrirse evocaban un túnel inmenso resguardado de enormes columnas de marfil, que cual las teclas de un piano se alineaban por arriba y por abajo, sus brazos gruesos y musculosos terminaban en unas manos fuertes y toscas que sin embargo sabían acariciar con cariño nuestras cabezas cuando atinábamos acercarnos a el, desafiando nuestros mas íntimos temores.
Nunca supe a que se dedicaba, sin embargo sus hombros hablaban de trabajos duros, y sus anchas espaldas, de ominosas cargas, y su mirar cansino de antiguas derrotas , nunca le conocí pareja alguna, ni familia ni amistades, ni supe de su descendencia , y muy pocas veces escuche su grave y retumbante voz, y supongo que muy pocos se atreverían a tomarle el pelo., atemorizados ante la figura de ese monumento de ébano, conocí de sus escasos altercados, muchos de ellos magnificados por sus ocasionales cronistas, en un Pueblo donde la única recreación eran dos cines y un eventual circo por Fiestas Patrias, donde la fuerza de sus puños imponía un orden natural al discurrir de los eventos.
Solía verlo a cualquier hora del día caminando solo o empujando una carretilla , con unos pantalones raídos por el tiempo y una camisa entreabierta con los botones rendidos a la fuerza de su abdomen, y tan percudida y obscura como su piel, su presencia poco desentonaba del marco que le prestaba nuestro pueblo, con sus senderos de tierra enmarcados por acequias rodeadas de plantas silvestres, tan semejantes en mi imaginación a los pueblos del África de sus antepasados, o quien sabe su tierra natal, creo que nadie se preocupó nunca por saber de donde vino, llegó con la carretera , y simplemente vivió con nosotros sin desentonar un ápice con la naturaleza y las personas que lo rodeaban, se hablaba de su proverbial afición al licor, y su andar macilento y su mirada vacua eran compatibles con este criterio, sin embargo nunca supe de grescas o disturbios originados por su culpa, Todos lo apreciaban y se comentaba de su generosidad y desprendimiento, tan grande como las manos con que la otorgaba, de su inocencia pueblerina y de esa falta de malicia propia de aquellos que no la albergan en sus corazones.
Me contaba mi padre y yo lo rescataba del cofre de mis recuerdo ,que una oportunidad cuando El niño José fungía de ayudante de camión o quizá de pasajero eventual, compartimos con el la odisea que significaba viajar de Lima a Pucallpa, sobre todo en los meses lluviosos de invierno, donde el largo tramo comprendido entre el abra natural que comunica a la sierra con la selva, denominado Boquerón del Padre Abad, y el caserío de Agueitia , llamado las pampas del Sacramento, y denominado con mucha propiedad por la sabiduría popular , como LAS PAMPAS DEL HAMBRE , se convertían en una trampa cenagosa de barro blanco rojizo, en el cual quedaban pegados los camiones, como moscas atrapadas en una grotesca telaraña , esperando pacientemente hasta que el sol volvía a calentar la tierra, secando el barro y permitiendo continuar la marcha, esto duraba siete, 10 , 20 o mas días, porque como diría el abuelo que todos llevamos dentro, “lluvias las de mi tiempo”, donde al agua caía del cielo con balde, y el retumbar de los truenos semejaba el parto del mundo, y donde el látigo luminoso de los rayos convertía fugazmente la noche en día , azotando sin piedad los sufridos lomos de la madre tierra., reduciendo al hombre a su real dimensión de mota de polvo en el concierto del Universo, No existían chacras cercanas donde guarecerse, y entre El Boquerón, el Agueitia y San Alejandro solo había barro y monte, las vituallas pronto desaparecían y si bien el agua sobraba, el yantar escaseaba, y los niños éramos los que mas sufríamos los avatares de estas magníficas experiencias epopèyicas, que si volviese a nacer desearía reeditarlas nuevamente con todos las incomodidades que esto me ocasionase.
En esa oportunidad, cuando el hambre roía nuestras infantiles entrañas, y me arrullaba somnoliento con el repiquetear de la lluvia contra la tierra y los toldos de los camiones, en esas tardes que tenían comienzo pero parecían no tener fin, entre los fuertes y juveniles brazos de mi Padre, vi aparecer a El Niño José, ese negrazo cariñoso e infantil, mordiendo un blanco y tierno choclo cuyos granos se confundían con su nívea dentadura, acercándose cansinamente al grupo donde nos encontrábamos, ajeno a la lluvia que se escurría por su inmenso cuerpo , el cual detuvo su caminar al ver la expresión que las manos del hambre habían dibujado en mi rostro de niño, y se sacó de sus labios esa mazorca de maíz a medio consumir que sabe Dios donde y con que esfuerzos había obtenido, y se la ofreció a mi padre cual una gema preciosa engarzada entre los dedos de su amplia mano, depositándola en la de el, diciendo tan solo .... para el niño,.... y volviendo sus amplias espaldas se marcho, sin aguardar una palabra de agradecimiento, como si tuviese vergüenza de ofrecer tan poco, pero que en ese momento y circunstancias era muchísimo , lo vi perderse entre los demás camiones que compartían nuestro ocasional destino , empapado por las gruesas gotas de lluvia que resbalaban acariciando su piel, la cual me pareció brillar con la luminosidad que en mi imaginación atribuía a los ángeles del cielo. Y esa tarde gris se iluminó con su gesto de desprendimiento, y hoy muchos, pero muchos años después cierro los ojos y me parece estar contemplándolo como quien mira una fotografía antigua coloreada por la patina sepia del tiempo. Y creo percibir los brazos cálidos de mi padre rodeando mi debilidad infantil, ofreciéndome esa simbólica mazorca de maíz que resume la grandeza de nuestra frágil pero incomparable humanidad.
NIÑO JOSE nunca envejeciste en nuestro recuerdo, te conocimos como un adulto que supo conservar la candidez de un niño, viviste como tal, y supongo que así te habrás marchado de este mundo, pues no tuve la suerte de estar en Pucallpa cuando esto sucedió, me enteré por mi padre que te fuiste como llegaste, en silencio, con la delicadeza propia de tu personalidad, quizá una cruel cirrosis te llevo a los cotos de caza de tus antepasados, supe que la solidaridad que despertarte en todos los que te conocieron generó una colecta para tu tratamiento médico , ignoro el resto del final de Tu particular historia ,pero te imagino subiendo al cielo cabalgando sobre un brioso relámpago, de nube en nube, con la misma vestimenta que siempre te conocí, con los pies descalzos y con una sonrisa que te tomaba toda la cara, con tus ojos de mirada inocente contemplando sorprendidos los senderos de la otra vida, y llevando por toda vitualla en este Tu último recorrido, acunando entre tus amplias manos un choclo a medio consumir, como tu valioso pasaporte para ingresar al cielo, el mismo que con generosidad un día brindaste a un niño famélico, en una carretera de nuestra querida selva, en unos años que nos parecen inverosímiles pero que jamás se borraran de nuestros corazones., y estoy seguro que con esa mazorca abrirías las amplias puertas del cielo , donde otro niño saciaría su hambre con ese fruto de tu inconmensurable generosidad.
NIÑO JOSE Tu eres parte de Pucallpa, y aunque tu nombre no figure en ningún libro de historia, ni tu busto adorne nuestras calles, los que te conocimos no podremos olvidarte, eres tan Pucallpino como la tierra colorada, que acuno tus pasos, como las palmeras que llenaron tus ojos, como los mangos que adornaban el Jirón Coronel Portillo, como nuestro río y nuestro sol, y modestamente quiero rescatarte del olvido como un homenaje a ti y a todos esos hombres y mujeres que silenciosamente forjaron nuestro pueblo y escribieron con su discurrir nuestra historia. GRACIAS NIÑO JOSE estés donde te encuentres, Gracias por ser parte de nuestro recuerdo, y gracias por ese choclo que nunca pude retribuirte.
Chacras : huertas de siembre
Yantar : Comida, comer
Choclo : Mazorca de maíz tierno
martes, 6 de enero de 2009
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