martes, 6 de enero de 2009

EL DIA QUE ENCERRARON UN PEDAZOL DEL SOL EN UNA BOTELLA DE CRISTAL

Toda promesa es una deuda, y no quiero finiquitar este libro, sin alcanzarle a UD. Lo ofrecido
Mi hijo DANIEL ALFONSO ZAPLANA GOMEZ completó la Trilogía de la saga familiar , así, estando en segundo año de secundaria, el año 1993, ELECTROLIMA , la proveedora del servicio eléctrico capitalino, convocó el primer Concurso Escolar de cuento denominado ¿ Y COMO ERA ANTES ? (El abuelo me lo contó) y el a través de su Colegió presento la narración que mas abajo consigno, y que por asaz situación del destino, resultó escogida dentro de las 22 mejores a nivel Nacional, lo que ameritó su publicación con las demás ganadoras (sin orden de prelación alguno) en un libro que circulo por todo el País, con el título antes mencionado, Narración que la Revista SELVA de Pucallpa reprodujo en uno de sus números de esa época.



Daniel Alfonso Zaplana Gómez
- No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo.


Pucallpa, allá por el año de 1945, era un apacible poblado selvático que tendría unos cinco mil habitantes, la mayor parte de ellos emigrantes de Cajamarca, San martín, Iquitos, la Sierra central, y por supuesto Costeños, así como una minoría de nativos de las tribus de los Chamas y Shipibos, los que Vivian en pequeños caseríos en las márgenes del Rió Ucayali, y en las orillas de los dos hermosos lagos cercanos, Yarinacocha y Pacacocha, de los cuales a la fecha por capricho de la naturales solo existe el primero.

Pues bien, las costumbres de estos pobladores, tanto social como laboralmente, estaban regidas por el ritmo día noche, así su vida se iniciaba al despuntar el sol, el cual acudía cotidianamente al reclamo imperioso del canto del gallo, y teñía de un amarillo otoñal el verde follaje de la ubérrima selva, y de rayos de plata las aguas del Ucayali. El poblado se despierta lentamente y las calles se llenaban del gemir de los ejes de las carretillas de madera, en las que los pobladores trasladaban sus mercaderías, con las que comerciaban al principal y único merado que entonces existía.

Al atardecer el sol empezaba a caer por occidente, ocultándose tras las altas copas de las lupunas, marchándose a dormir entre el follaje, arrullado por el trinar de millares de aves que se refugiaban en sus ramas. Era hermoso sentarse a la vera de una escalera y contemplar como se alargaban las sombras , el calor menguaba y comenzaban a prenderse en las casas, uno a uno, como diminutas luciérnagas, los candiles y lamparines de kerosén, con la oriental danza de sus llamas, y la delgada columna de humo negro, que se elevaba al cielo, como una cinta obscura, mecida la brisa; Como crepitaban las mariposas nocturnas al incinerarse, a manera de un rito mágico, repetido cada noche, atraídas por el baile luminoso y fatal del fuego.

Conforme se prendían los luceros de ese cielo siempre límpido, y la luna iniciaba su ascenso en l terciopelo del firmamento, la gente sacaba sus sillas y mecedoras a las puertas de sus hogares, y los vecinos se reunían al frescor de la noche a intercambiar sus impresiones, y a transmitirse las últimas noticias; que si atracó el Adolfo en el puerto, que si al bazar del Shilico ( natural de Celendín, Cajamarca) le ha llegado tela para faldas, que si la Nelly del Águila ya tiene enamorado, o simplemente…. A contar historias.
Ello era para los mas pequeños, lo mas hermoso, por ello después de la cena, la cual se servia generalmente al acudir las primeras sombras, los niños corríamos a sacar las sillas a la acera y nos sentábamos a la vera de nuestros mayores, a escuchar atentos la leyendas de la Yacu mama, Chuya Chaqui, o los cuentos de aparecidos, y conforme la oscuridad se hacia mas cerrada, y la luz de los candiles mas tenue, nuestros ojos se abrían mas, buscando nuestras pupilas vislumbrar alguno de los extraños personajes, que llenaban nuestra imaginación, y encogían nuestros corazones.

Luego, poco a poco, como en un susurro, vencidos por el sueño, nos retirábamos a nuestros lechos, sobre los que pendían los blanco mosquitero de tela, que nos parecían fantasmales túnicas que se movían al ritmo de la llama d los candiles, y a las 9 de la noche a mas tardar, el pueblo se sumía en el silencio, roto tan solo por el chillar de las chicharras y los gritos de uno que otro monos despistado, que aun no se acabañaban de enterar que la civilización estaba llegando a la selva.

Poco a poco, los ruidos de la naturaleza fueron sustituidos por el ensordecedor tronar de los generadores eléctricos, y se fueron apagando los candiles y se prendieron los focos, la gente huyó asustada de las aceras, y las calles se iluminaron, ya no danzaron las sombras al ritmo de las trémulas llamas de los mecheros, la oscuridad, cómplice y misteriosa se perdió al igual que nuestra infancia, sin embargo en algún lugar de nuestra memoria, al que todavía no llega la electricidad, permanecen los recuerdos de lo que fue Pucallpa antes que el primer generador eléctrico llegase.

Todo cambió la electricidad, principalmente la vida de los hombres, la radio sustituyo a los abuelos, el hombre se prolongó en la noche, las mariposas dejaron de sacrificarse en la llama de los candiles, y la luz, ese trozo de sol encerrado en una botella de cristal, se llevó nuestros sueños, nuestros fantasmas, nos despojó de esas hermosas historias contadas en la cómplice oscuridad nocturna, por los labios de nuestros ancianos, mecidos en los curvos maderos de las mecedoras.

Nada es mejor ni peor, tan solo diferente, una forma de vida desplazó a otra, supongo que la luz extinguió a los dinosaurios, al igual que extinguió todo lo misterioso que albergaba la oscuridad, Nosotros tenemos televisión, pero ellos tenían sueños hermosos, que no se cortaban con los apagones, y que no tenían horario programado, donde cada función era una sorpresa, y donde los protagonistas eran ellos mismos.

La electricidad es hermosa, nos trajo mucho, pero también se llevó demasiado.

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