¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Que ha hecho la posteridad por mi?
Era una agradable noche, de aquellas en que en raras ocasiones se dejaba sentir una refrescante brisa que soplaba desde el rió hacia el pueblo, el cielo salpicado de estrellas hacia cortejo a una esplendorosa luna llena, cuya blanca luz rebotaba con reflejos de plata en los techos de zinc de las casas, corría el año de 1959 en Pucallpa, y mi padre me había ofrecido presentarme a un Andaluz, para que me ilustrase sobre esa España a la que pronto viajaría a cursar estudios Universitarios, y yo intrigado y curiosos caminaba a su vera.
El Restaurante “EL Rincón Andaluz”, se encontraba en el Jirón Coronel Portillo, junto al hoy inexistente Cine Tropical, cuyas luces multicolores y la música que salía de sus altavoces, daban vida a ese retazo de calle pueblerina, con un toque de mundana sofisticación; El local hacia honor al origen de este simpático señor, no por su decoración, pues carecía casi totalmente de ella, salvo la lamina multicolor de un almanaque bizqueando en la pared, si no por su presencia, la que daba vida al local, nada mas entrar en su pequeño pero pulcro restaurante, con dos filas de mesas laterales, se lo podía apreciar al fondo, sentado en la última de ellas, recostado contra el muro de la pared, con unas gafas equilibrándose precaramiente en la punta de su regordeta nariz, luchando por no caer, con su escaso cabello entrecano y su rostro hirsuto y rubicundo por el que se deslizaban inagotablemente gruesas gotas de sudor, pese al perezoso girar de las aspas de un ventilador que desde el techo luchaba en una batalla perdida de antemano, contra el calor de la selva.
La camisa entreabierta dejaba su pecho y abdomen al descubierto, con sus abundantes vellos canos asomando rebeldes entre los márgenes de la prenda, la cual con seguridad había conocido épocas mejores, nada mas verlo me pregunte ¿Como habrá venido a parar a Pucallpa este buen señor? pregunta para la que hasta hoy no encuentro adecuada respuesta.
Nada mas presentarnos nos miramos con mutua simpatía, su hablar zezeante y recortado , mas una sonrisa cincelada en su rostro, ayudaron mucho a ello, semejaba un papa Noel extraviado en la jungla amazónica, me dijo que era de Málaga, la tierra de mi abuelo, y me menciono unas playas y barrios de nombres musicalmente exóticos a mis oídos, lugares que atizaron mi fantasía juvenil, nunca me dijo ni se lo pregunte sobre el porque de su venida a hacer la América , pero a su avanzada edad, pues pasaba ya de los 60 años, hablaba de un largo caminar por las calles de la vida, la cual lo había traído evidentemente a mal traer, me presentó a su pareja, una señora de piel cetrina, rellena de carnes, con rasgos nativos, de nombre Dora, según lo supe después, que era la que oficiaba de patrona, cocinera, mesera, y anfitriona, desplegando una energía apropiada a su edad, pues no superaría las tres décadas, una niña cargaba a un bebe de sexo incierto y piel clara , cabello castaño, que dormía placidamente en sus brazos, evidentemente el hijo de ambos.
Que historia podía haber contado esa disímil pareja, el ya mayor, Español, mediterráneo, ella joven, nativa y amazónica, como pudieron conocerse, como juntaron sus necesidades y complementaron sus vidas para salir adelante, preguntas para las que no tengo respuesta, sin embargo allí estaban trabajando juntos unidos por el indestructible lazo de una nueva vida, la eterna copula entre el viejo continente y la joven América.
Conversamos en muchas oportunidades, pues yo siempre buscaba la ocasión de hacerlo, ya que sus narraciones abonaban mi entonces fértil imaginación, y me transportaban imaginariamente a esa hermosa tierra de mar, sol, hermosas mujeres, ferias, y fiestas sin fin, y el haciendo honor a su origen andaluz, era un narrador insuperable, matizando sus recuerdos con la exageración propia de su origen.
Cuando ya estaba próximo mi viaje, me pregunto tímidamente si podía llevar algún recuerdo a sus hermanas a las cuales no veía hacia muchos…pero muchos años, desde que salió de esa Andalucía que llevaba grabada a fuego en la retina de sus ojos color cielo, y que se vidriaban con el recuerdo, mientras la nostalgia los humedecían, al acceder a ello, me entregó un pequeño y rustico paquete y un sobre con una carta, en el que con seguridad había depositado sus afectos.
Nos despedimos con un apretón de manos, el quedó quizás envidiando mi suerte, y yo marché, como quien hace el viaje de Colon, pero a la inversa, iba a descubrir Europa.
A poco de llegar a Málaga, el pequeño paquete me miraba insistente desde el fondo de mi maleta, recordándome del compromiso adquirido, así que decidido a honrarlo, una tarde veraniega, miré la dirección que me había escrito en el sobre, y tome un coche de caballos, de los que solían aparcar frente a la Cafetería “Sol y mar”, en la esquina que hacen la calle Marques de Larios y el Paseo Marítimo, donde solía tomar una Horchata helada, contemplando a las Malagueñas pasear frente al puerto; En esa época aún se conseguía en Málaga este tipo de movilidad, la que competía con los vehículos motorizados con ventaja, al menos en la temporada veraniega, y me hacia mas ilusión montarme en uno de ellos que tomar un prosaico tasi (como le dice los andaluces).
Al cansino trote de la acémila y al va y ven de la calesa, por calles adoquinadas en las que rebotaba una copla en la voz de Antonio Molina, emitida desde un anónimo aparato de radio, llegamos a un modesto grupo de viviendas, doradas por el sol en su superficie encalada y rustica , estas se hallaban un poco en las afueras de esa hermosa ciudad mediterránea, sobre la margen izquierda del casi seco cauce del Guadalmedina, preguntando con la ayuda del cochero por la Familia Álvarez, y con la diligente colaboración de unos vecinos, quienes me miraban intrigados por mi acento al hablar, ubicamos una casa maltratada por los años, con su techo de tejas verdeadas por el tiempo, con un amplio portal de piedra que daba acceso a un patio andaluz, colmado de floridas macetas de geranios multicolores, desde el que al poco tiempo aparecieron un par de mujeres, ambas modestamente vestidas y entradas en años, secando las manos en sus delantales, sustraídas de la colada, y con paso apurado se me acercaron, ambas me miraban entre extrañadas y curiosas, desde el fondo de sus ojos celestes, en los que reconocí los de su hermano, el andaluz amazónico, Evidentemente no estaban preparadas para lo que ivan a escuchar y yo muchísimo menos para lo que iba a espectar, pues al mencionar el nombre de Vicente y referirles que venia del Perú, una de ellas exhalo un grito ahogado , cogiendose los cabellos, …..Mi vicentico…. Mi vicentico,….. y cayo al suelo de rodillas, y juntando las manos como en una plegaria, continuaba repitiendo el nombre querido…vicentico….vicentico…mientras la otra, aparentemente la mayor, rompió en un llanto nervioso, estrujando su raído y húmedo delantal con unas manos temblorosas, marchitas por los años, hipando espasmódicamente, sin poder pronunciar palabra alguna, A todo esto los vecinos me miraban con los ojos como platos, estáticos como unos convidados de piedra, como imagino miraríamos al mensajero del miedo, los niños se aferraban a las prendas de su madres, escondiéndose tras ellas, sin entender lo que sucedía, y otro tanto me acaecía a mi, pues no alcanzaba a comprender que era lo que estaba sucediendo, y hasta volví la cabeza sobre los hombros, esperando ver detrás mió algún ser de apariencia demoníaca, o los fuegos del averno, causantes de este estropicio, pero solo estaba bucólicamente el coche de caballos y el cochero con su abdomen prominente , rascándose con una mano la sien mientras con la otra agitaba su boina frente a su rostro ahuyentando el calor del verano malagueño, El rocín meneaba la cola espantando unas impertinentes moscas y abría sus ollares resoplando cansinamente , y yo era la frontera entre dos mundos totalmente diferentes, imagino que debíamos conformar una estampa surrealista, digna del pincel de Picasso, el Malagueño Universal.
Entregue nerviosamente el diminuto encargo así como la misiva, los cuales me quemaban en las manos, como si el calor del estío se hubiese concentrado en esos pequeños objetos, o tal vez como si todo el fuego de la selva de la que procedían, por arte y magia de algún duende amazónico, o del mítico Chuya chaqui hubiese surgido repentinamente en una explosión de calor, una gota fría se deslizo por mi espalda, y un miedo cerval se apodero de mi ser, temía que al abrir ese diminuto envoltorio se diseminasen bajo el cielo malagueño todos los supay de la amazonia, al igual que en la mítica caja de Pandora, balbucee unas frases de cortesía y con mas susto que vergüenza me subí al coche, y me marche, sintiéndome culpable por el desasosiego afectivo que había causado, ni me volví a mirar lo que dejaba atrás, me ahogaba un sentimiento de culpa, para el que no encontraba el Por que, y cuya solución mas adecuada al menos en ese momento me pareció la de poner tierra de por medio.
El cochero, un malagueño bonachón, desde su elevado pulpito de auriga en el pescante del coche, giro sobre su torso e inclinando la cabeza me miró entrecerrando sus párpados y comento en voz alta…. Oiga uzted señoríto, que les ha dicho a esas pobres mujeres que casi las ha privao del soponcio….,
Le narre breve y atropelladamente lo acontecido, tratando de limpiar mi conciencia con esa confesión…. Y él solo atinó a decir….. Pues parece que Uzted ha resucitao a alguien que daban por muerto…. si señor…. Siiiii señor….
Azuzó al noble rocín y así brincando sobre el empedrado y el sol cayendo en el horizonte, le di vuelta a esta página de mi vida.
Con el paso de los años he meditado acerca de este extraño episodio, y he coincidido con el sabio cochero Malagueño, pues si, para esas mujeres, mencionarles al hermano, fue resucitar violentamente a alguien a quien tenían por muerto, sabe Dios desde hacia ya cuantos años, quizás desde que se marcho mucho tiempo atrás, el hermano querido, y nunca olvidado, su sangre que marcho a América a prodigarse en esta tierra nueva; Póngase Ud. Sufrido lector en el lugar de estas buenas mujeres, y si no le da un infarto, con seguridad es de milagro, sin lugar a dudas cuando el señor distribuyo el tacto y la cautela, yo llegue muy tarde a ese reparto. (Y probablemente también a algunos otros).
Regresé al Perú, volví a Pucallpa , y supe que Don Vicente había cerrado su Restaurante y se había ido a vivir cerca al Lago de Yarina Cocha, cuyo espejo de agua quizás le recordaba su Mediterráneo, pero ya no los volví a ver, no se si con el tiempo volvió a su Málaga Entrañable o su cuerpo revitalizo la tierra Ucayalina, tan solo se de este episodio que seguramente se habrá multiplicado muchas veces, con otros andaluces emigrantes, que dejaron su maravillosa tierra inundada de sol ,con perfume a biznagas y sabor a mar, para entregarse a esta tierra Americana que como menciono José Santos Chocano, el poeta de América, …. Se hizo libre…. Pero no extranjera.
Chuya Chaqui: Mítico duende selvático con un pie deforme, que extravía en la jungla a los que penetran en ella.
Supay: Demonio de mitología andina
Lima 26 de enero 2006
martes, 6 de enero de 2009
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Muy linda historia, estoy gratamente impresionado.
ResponderEliminarEduardo Valdez Liceti