NO TOMES LA VIDA EN SERIO, AL FINAL NO SALDRAS CON VIDA DE ELLA
La cantidad de personajes que dan pie a estas narraciones son muchísimos, y van saltando ante mi memoria inopinadamente, brincando como grillos morenos sobre el espejo de mis recuerdos, y uno a uno trato de atraparlos antes que se pierdan en la enmarañada selva del olvido, y uno de ellos, logre asirlo con los largos dedos del recuerdo, y lo someto a vuestro criterio, pues creo que como anécdota bien vale la pena
Allá por la década de los años cincuenta, Pucallpa tuvo el honor de recibir la visita de Don Ciro Alegría, insigne escritor Peruano, de trascendencia internacional, alguien a quien conocía ya de leídas, pues a mi corta edad ya había devorado con infantil curiosidad sus novelas Los Perros Hambrientos, La serpiente de oro, etc; y nunca imaginé que tendría el placer de conocerlo en persona, ocasión que se me presento de la forma mas inopinada y simpática, valga este comentario a manera de introducción.
Pero nuestro tema es el Doctor manteca, sobrenombre de describía con bastante pragmatismo, la apostura de un Ilustre Jurista afincado en nuestra ciudad, donde se desempeñaba como Abogado, gozando de la estima del pueblo, aunque aparentemente no de su respeto.
Su apostura dejaba mucho que desear, podríamos resumir que había llegado un poco tarde al reparto divino de estructuras físicas, corto de estatura, flojo y de redundante en carnes, rostro abotagado, y despigmentado por el vitíligo ( no hay nada que hacer, el dicho popular de que siempre llueve sobre mojado, tiene mucho de veraz) cabello lacio, piel amarcigada, siempre sudorosa, y con un brillo cerúleo o mantecoso, al que atribuyo el sobrenombre, permanentemente desaliñado en su vestimenta, usualmente la camisa entreabierta con los ojales ciegos de botones, ausentes desde tiempo atrás, , percudida, húmeda de transpiración, con algunos remiendos mal ejecutados y peor presentados, usualmente usaba pantalones de diferentes tonos de marrón, marrones claros cuando hacia poco que y por inusual accidente habían sido lavados, y oscuros tras unos meses de repetido uso, correa de cuero de indefinida data, con hebilla metálica marchitada por la herrumbre, no solía usar calcetines, y el calzado rivalizaba en desatención con su persona y vestimenta.
Sin embargo había un algo que lo rescataba de este entorno personal un tanto desagradable y repulsivo, pues detrás de unas gafas de carey, siempre desequilibradas sobre su rostro, como si un lado fuese mas pesado que el otro, habían unos ojos de color claro, vivaces, que decían a la legua, que su vida intelectual era muy diferente a su aspecto externo, detrás de ellos se ocultaba una inteligencia probablemente privilegiada, y cuando esta se expresaba a través de su verbo, levantaba toda duda al respecto.
Por que avatar del destino fue a parar a Pucallpa ? a esa pregunta quizás solo él podía haber dado respuesta, sin embargo nos endilgo su figura y nos privilegió con su intelecto, pues ahora que lo pienso era una fina joya engarzada en mal anillo, sin embargo la naturaleza ya nos tiene acostumbrados a esta clase de jugarretas.
Pues bien al encontrase entre nosotros Don Ciro Alegría, el Municipio decidió acertadamente distinguirlo, y para ello preparó una ceremonia a tal efecto, en ese entonces mi padre tenía un cargo edilicio, de tal manera que formaba parte de la ceremonia y teníamos asiento de primera fila, digo teníamos, pues yo de ninguna manera me iva a perder la oportunidad de conocer a este personaje de nuestra literatura, ni mucho menos estar tan cerca de él, que pude estrechar su mano.
La ceremonia se efectuaría en horas de la noche en un ambiente del segundo piso de nuestro palacio Municipal antiguo, aquel que ahora da pena verlo caerse a pedazos, en la esquina de Raymondi con la calle la Inmaculada, Este local de techos elevados , paredes de ladrillo e interiores de madera, lucia con su piso de madera brillante de petróleo, con un olor inconfundible a madera e hidrocarburo, las sillas diligentemente alineadas sobre el piso , y un discreto auditórium, con una mesa solida de madera, sin mas adorno que unos cuantos libros, y el brillar del charol sobre la caoba, asistíamos mi hermana, mi padre y yó, entre muchos otros distinguidos personajes y autoridades del pueblo, y como era de suponer estamos en primera fila.
Tras una breve espera, aquellos tiempos se guardaba un respeto por los horarios, que hoy en día parece haberse perdido y de manera irrecuperable, apareció Don Ciro Alegría, rodeado por autoridades y amigos, su presencia era la de un hombre de corta estatura, tez blanca, cabello lacio entrecano, vestido con camisa y pantalones de color claro, modales lentos y cuasi distinguidos, hablar pausado, y mirada tierna, hizo una pequeña venia a manera de saludo, hacia los asistentes y tomo asiento detrás de la mesa , corriendo su mirada sobre todos nosotros: estaba tan absorto en mi estudio del personaje, que no reparé que había otro personaje de pie, en una extremo y por delante de la mesa, , y lo que hasta entonces había sido tan solo un objeto detectado por mi mirada periférica, al empezar a disertar, guiado por mi oído, reparé con inusitada sorpresa que se trataba, adivinen de quien ¿ pues el maestro de ceremonias y encargado del discurso de orden, era nada menos que el “Doctor manteca” y para esta ocasión, había hecho las paces con el agua y el jabón, lucia camisa blanca, corbata oscura, y una traje de chaqueta que respetaba siempre su afición al color marrón, su cabello lacio brillante de glostora (cosmético capilar de naturaleza aceitosa) hacia juego con su rostro, brillante por naturaleza, sus tradicionales gafas bizqueando sobre su rostro, que eran al parecer las veintiunicas que poseía, la verdad que verlo transfigurado en traje formal, me rompió el esquema, y no queda duda que el hábito hace al monje, pues nadie dudaría ante este caballero, que estábamos ante una académico jurista, y su verbo despejaba cualquier duda que pudiera haberse planteado al respecto, , después del saludo tradicional empezó a disertar sobre la vida y obra del personaje que nos visitaba, y pronto se apoderó de la atención de todos los asistentes, pues nos empezó a pasear por la geografía serrana, y las obras que versaban sobre ella, escritas por este ilustre hombre de letras, y todo parecía marchar sobre ruedas, hasta que vino el diablo y metió su cuchara.
El traje que lucia nuestro Pucallpino (por adopción) personaje era de un marrón muy claro , y con un inconfundible olor a naftalina que trascendía hasta mas allá de las primeras filas, pero al final de cuentas esto era clásico, ya que Pucallpa nadie usaba chaqueta, y esta se reservaba para cuando uno viajaba a Lima, así que esa chaqueta debía de haber estado colgada de una percha sus buenos años, protegida de los insectos por abundantes bolas de naftalina, por lo que nadie llamaba este hecho la atención en lo mas mínimo, pero aquí, en medio de su alocución, vemos con espanto los bigotes de un insecto de color entre marrón obscuro y rojizo, que asoma de uno de los bolsillos de la chaqueta, y empieza a desplazarse por la pechera de la prenda, como pedro por su casa, como si se tratase de una mascota, incursionando de un bolsillo al otro, con cortas corridas y detenciones bruscas, la cucaracha (pues de una de ellas se trataba) de dimensiones selváticas, sorprendida al verse alejada del obscuro ropero donde había descansado la prenda sabe Dios cuanto tiempo, mostraba su entomológico desconcierto, ante un público que atónito, cerró sus oídos al discurso, y toda la atención se centro en sus desplazamientos, y de pronto el doctor manteca se convirtió nuevamente en El Doctor manteca, y sin que hubiesen dado las doce y sin mediar zapatito de cristal alguno, su estampa volvió a ser la misma de siempre, motivo de irrespeto cotidiano, ni el brillo de sus ojos podía rivalizar con una simple cucaracha, la que se dio el lujo de ningunearlo entre las risas reprimidas de un auditorio, que no sabia si soltar la carcajada, o fingir una atención que ya no otorgaba , empezaron a crujir los asientos ante los espasmódicos movimiento de los abdómenes, y el piso de madera gemía por el peso que se desplaza desde las sillas, y poco a poco aquello se tornaba una sala de comedias , ante el desconcierto de nuestro invitado que por estar detrás del orador, estaba totalmente al margen de lo que sucedía por delante de este, y ni el mismísimo Doctor manteca atinaba a detectar a la intrépida cucaracha que asomaba, transitaba, regresaba o incursionaba, sobre su chaqueta, desconcertado y manteniendo una apostura que ya había perdido, continuaba con su alocución, dirigiendo la mirada por todos los presentes, buscando el motivo del insólito cambio de conducta del auditórium, pero todos reprimían la risa, mientras que algunos mas diligentes trataban de indicarle con cortas sacudidas de las manos , que se desprendiese del horrible bicho , pero , como ud ya habrá reparado, este movimiento es similar al de un “ córtela ya y márchese” .
Mi hermana y yo nos cubríamos la cara con las manos y tratábamos inútilmente de mirar hacia otro lado para no soltar la carcajada, mientras mi padre nos mantenía rígidos con su mirada, como diciendo el que se ría….muere, yo no pude mas, me puse de pie, corrí escaleras abajo, y al saberme a prudente distancia me desternillé de risa, y tenia una imperiosa necesidad de miccionar, y a poco noté a mis costados que no era el único, pues serias damas que momentos antes nos habían acompañado en el piso superior ocultando el rostro detrás de su abanicos de persiana, se tronchaban de la risa, sin mesura ni recato alguno, y sus atiplados gemidos llenaban el silencio de la noche, con sus hipadas, sonadas de narices y brotándoles enormes gotas de lagrimas de sus ojos, corriendo el rimel de sus pestañas así como los delineadores de ojos, otorgándoles un aspecto de mascaras de cera en proceso de derretimiento, y con un hablar entrecortado y espasmódico, solo decían…. Bendita cucaracha… habrase visto…., pobre doctor manteca …. ¿ donde queda un baño ?.
Yo no volví a subir al improvisado auditórium, no se pues como termino la ceremonia, tan solo recuerdo a mi padre y algunas amistades, bajar a saltos las escaleras de madera, mientras reían desaforadamente, aquello parecía la salida de un cine, tras una buena película de risa, y hacían aspavientos con las manos, esa noche no volví a ver al Doctor manteca ni a Don Ciro Alegría, pero lo imagino reír a mandíbula partida, cuando algunos de los asistentes le describiese esta bizarra situación
Pasados los días, volví a ver por las calles de Pucallpa al Doctor Manteca, vestido igual que siempre, y al verlo en su habitual facha pensé para mis adentros, bueno tuvo su minuto de gloria, pero basto una cucaracha para traérselo abajo estrepitosamente, lastima de este hombre, merecía en todo caso un insecto mas distinguido y elegante para estos menesteres, y no una simple y repulsiva cucaracha.
Definitivamente este caballero no solo había llegado tarde al aludido reparto de físicos, si no también al de la suerte, de haber sido torero con seguridad habría tenido su primera cogida el día de su alternativa, no hay nada que hacer, unos nacen con buena estrella y otros estrellados, y ya sabe Ud. Quien se encuentra entre estos últimos.
Filosofando un poco, licencia que me permito, nuestra vanidad humana, no esta al resguardo ni del accionar una simple cucaracha, aceptemos pues con humildad nuestra naturaleza, y por un acaso, antes de ponerse la chaqueta, sacúdanla y revisen los bolsillos, no sea que les suceda otro tanto.
EL DOCTOR MANTECA
martes, 6 de enero de 2009
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