LO TRISTE NO ES IR AL CEMENTERIO… SI NO QUEDARSE AHI
A la memoria de D. Ramón Sánchez, mi compadre, médico Vegetalista.
C
reo que lo conocí , y no estoy muy seguro de ello, cuando acudió con una de sus hijas enferma a mi consulta, para entonces ya me desempeñaba como Médico Cirujano, tal como rezaba en la brillante placa de bronce con letras negras que mi madre ilusionada me obsequiase cuando me gradué de tal, y que yo lucía con orgullo en la pared al costado de la puerta que daba acceso al lugar donde tenía la consulta, en la esquina de Coronel Portillo con el Jirón Tacna, en los altos de una Ferretería de nombre La Popular, de propiedad de la Familia Milo; El hecho es que de las primeras veces que me visitó no guardo mucha memoria, en realidad yo no sabía de quien se trataba, era una mas de las muchas personas que en esa época atendía, quizá sin mayor merecimiento que el de ser el hijo de Don Juanito, reputado personaje de la Ciudad, El que había regresado al Pueblo después de estudiar en Europa, este simple y elemental currículo fue mas que suficiente para hacerme de una muy abundante clientela que llenaba mi horario de trabajo en ocasiones desde las 3 de la tarde hasta media noche e incluso mas avanzadas horas, un poco por curiosidad, otro poco por la aureola de mi formación Española, y muy pocos por mis escasos conocimientos médicos de ese entonces, mi ignorancia suplida entonces por una temeraria praxis producto de mi intrepidez juvenil y necia autosuficiencia, de las que ruego a Dios haberme desprendido en mucho.
Solo reparé en Él, cuando su agradecimiento por la curación de su hija, que con seguridad mas obedecía su natural fortaleza inmunológica que a mi aporte Hipocrático, trascendió mas allá de lo protocolar y me confesó con escondida voz, como quien revela un terrible secreto, Que El, D. Ramón Sánchez fungía de Médico Vegetalista, lo que lo convertía ipso facto en colega mío, y que si bien El no había podido curar la afección de su hija, esto no lo desmerecía en nada, antes bien el hecho de haberme escogido, con mucho acierto, como se preocupó en destacarlo, me distinguía frente a los escasos colegas de Facultad que tenía en ese entonces practicando en Pucallpa, y prosiguiendo con su discurso, tal vez ensayado con antelación muchas veces, me invitaba a Una de sus sesiones de sanación en su chacra, tanto engolamiento en su voz y protocolo en su accionar me dejaron inicialmente estupefacto, esperando que en cualquier momento sacara de la bolsa de tela de yute que pendía de uno de sus hombros, una esquela de invitación, en fino papel de hilo, con letras doradas, lo cual ya no me hubiese sorprendido absolutamente en nada. En realidad no me dejo espacio para la elección, no ir le hubiese infligido el mayor de los desaires, y por otro lado logró despertar mi curiosidad, pues hasta entonces solo había oído hablar de la existencia de estas personas muy superficialmente y las creía producto de la mitomanía popular, jamás me los imaginé de carne y hueso, tan al margen de la realidad me encontraba, como si viviese en un mundo paralelo al suyo, y de pronto las dos líneas de nuestras vidas se cruzaron, así, simplemente, sin advertencia de ninguna clase.
Me explicó como llegar, en el kilómetro 6 y medio de la carretera que lleva a Lima, debería aparcar mi auto, y caminar por una trocha señalizada por mecheros de kerosén, y a unos 300 metros tierra adentro, estaba su casa, me fijó la hora, ..A partir de las 8 p.m., Comente esto en casa, y mi madre y esposa parecieron muy interesadas, esa tarde me premuní de una linterna y una grabadora portátil, así como de repelente para los insectos, terminada mi consulta privada, la que apresuré para llegar a tiempo, me dirigí hacia la casa de Don Ramón., .
Era noche cerrada, la luna en cuarto menguante semejaba un pequeño paréntesis blanco en el cielo poblado de estrellas, como un enjambre de luciérnagas congelado en el espacio, solo la luz de mi vehículo iluminaba el asfalto originando destellos ocasionales a la vera del camino al iluminar los brillantes ojos de algún perro o gato que como carbones encendidos fugaban velozmente al acercarme, calculando, pues no existía señalización alguna me acerque pausadamente al kilómetro que se me indicase, hasta percibir, casi inaparente, la llama anémica de un candil, que luchaba con la suave brisa de la noche, emitiendo intermitentes guiños como tocada de un tic nervioso, tomé el sendero, estrecho y con maleza a ambos lados, la linterna cual puntero luminoso guiaba mis cautelosos pasos, mas temeroso de un encuentro no deseado Con algún reptil venenoso, que preocupado por lo que habría de encontrar mas adelante, después de un trecho que me pareció interminable percibí tras un recodo , un techo de palmera sostenido por cuatro robustos horcones, donde a la mortecina luz de dos o tres mecheros se dibujaban varias sombras, quizá 7 a 10 personas, a un lado, en una olla mas negra de hollín que la misma noche , borboritaba su contenido ,de un color indistinguible y un olor agridulce que ofendía el olfato, mientras unas adulonas lenguas de fuego sonrosado, lamían sus costados; Mirado impersonalmente semejaba un cuadro Goyesco, con siluetas grotescas de camisas claras entreabiertas, rostros cetrinos de piel brillante, y caminar silencioso y lento, .. la ceremonia ya había comenzado, distinguí a Ramón sentado en cuclillas sosteniendo el cuerpo de una joven mujer con una mano, mientras que con la otra deslizaba la palma sobre su pecho desnudo , donde se adivinaban entre los claro obscuros unos senos turgentes como caimitos maduros, ambos parecían en un trance lúbrico, y mientras esto hacia soplaba un denso humo de tabaco fuerte sobre ella, murmurando una y otra vez una melopea indefinible, yo me acomodé a un costado reposando sobre un tronco derribado que fungía de banco y contagiado del ambiente, encendí discretamente la grabadora , temeroso de romper el hechizo así creado, y así transcurrió un tiempo, no se cuanto , solo interrumpido por el crepitar incisivo de las chicharras que frotando sus elitros reclamaban una pareja , luego lo vi levantarse , como a través de una niebla artificialmente creada por el humo de los leños y con sus ojos vidriosos, caminar macilentamente hacia un costado de la choza, donde presa de unas terribles arcadas vomito abundantemente, luego se acerco a la olla de contenido incierto, introdujo en ella un pate, y bebió de el, seguidamente lo ofreció a los demás asistentes, incluido al que esto relata, sin embargo por natural repulsión me rehuse de la manera mas cortes que pude, ignorando si reparó en ello, indiferente a mi negativa, como en trance empezó a circular el pate de mano en mano, llenándolo nuevamente cada vez que escanciaban el siruposo líquido que lo colmaba, luego se sentaron sobre el suelo recogiendo sus rodillas contra sus vientres e introduciendo sus cabezas entre ellas, en una postura casi fetal, mientras las sostenían con ambos manos a la altura de las sienes , así permanecieron en silencio por espacio de media a una hora, escupiendo de vez en cuando y emitiendo ruidos guturales , solo se oía el chisporrotear de las brazas emitiendo destellos de fuego proyectados con un crepitar de leños rotos, las sombras bailaban al compás de la luz de las precarias llamas , y tenía la extraña sensación de ser el único que en ese instante se encontraba en completo dominio de sus cabales, y me preguntaba que estaría pasando por la mente de estos hombres, los que empezaron a agitar sus manos delante de sus rostros como espantado imaginarias mariposas, y ha conversar consigo mismos de manera ininteligible, al volver a mirar a Ramón, este tenía entre sus manos un extraño instrumento de una sola cuerda, semejante a un arco, y empezó a pulsarlo mientras emitía un tonadilla repetitiva. Y a sus acordes los concurrentes contestaban emitiendo quejumbrosos sonidos y balanceando cadenciosamente sus troncos, mientras mantenían fuertemente cerrados sus párpados como si la escasa luz que nos rodeaba hiriese sus pupilas.
La cinta de mi grabadora hacia un rato que ya se había agotado, al igual que mis posaderas, pero temía levantarme pues me sujetaba un temor atávico, como si ya hubiese asistido a una ceremonia similar con anterioridad, quizá en otra vida, en una época muy remota, tenía la sensación de haber retrocedido miles de años en el tiempo, como cuando nuestros antepasados se reunían al rededor de una hoguera invocando a los espíritus para solicitarles algún beneficio. A ello se coludía el aislamiento en que nos encontrábamos, lejos de lo que llamábamos civilización, todo nuestro entorno era natural, solo el cielo, el bosque y nosotros, como al principio de los tiempos.
Luego Ramón encendió una cerilla para prender un grueso cigarro de manufactura domestica, y al resplandor de la llama pude percibir su rostro transfigurado, de facciones toscas, casi leoninas, de las comisuras de sus labios escurríase una saliva espesa, filante, que colgaba como un largo colmillo en dirección al suelo, empezó a soplar una densa nube de humo en el rostro de cada uno de los presentes salpicándolos de saliva al hacerlo, tocábales los hombros y la frente, cual lo haría el Rey Arturo, ordenándolos Caballeros de una misteriosa y demoníaca orden.
En la lejanía escuché el madrugador canto de un gallo, recién entonces reparé en la hora, me puse de pie y con paso suave me volví por el sendero que me había traído.
A partir de esa oportunidad, con relativa frecuencia era visitado por Ramón, visitas que yo correspondía, me explico como confeccionaba su brebaje, empleando las lianas trepadoras del Ayahuasca (la soga del muerto en lengua Quechua), y las hojas de la Chacruna, me instruyó en su forma de recolectarlas y reconocerlas, como debía prepararlas, empezando muy temprano para darle tiempo a la poción a concentrarse, asistí a mas ceremonias de este tipo, pero nunca tuve el valor de participar activamente en ellas, y mucho menos cuando supe de la muerte de un conocido comerciante de la zona a consecuencia, según las lenguas populares, de haber enloquecido por efecto de un brebaje de este tipo.
Me hizo padrino de una de sus hijas, distinción reservada a las personas que más estimaba y respetaba, y esto nos vinculó mas, sin embargo la distancia al trasladarme a la Capital evito que mantuviésemos esta relación, y varios años después, en una de mis visitas a Pucallpa, sentí la necesidad de volver a verlo, acudí al mismo lugar, sin embargo todo había cambiado, no existía mas el sendero hacia su choza, el progreso lo había poblado de muchas casas y los chicos corrían y jugaban entre ellas, un grupo de chicas en pantalones muy cortos habían tendido una malla de acera a acera y practicaban balón mano, y al estirar sus juveniles brazos hacia el cielo para repeler el balón exhibían sin recato sus vientres y el nacimiento de sus senos que saltaban bajo sus polos en un permanente movimiento de asentimiento. Un tanto despistado pregunte por Ramón, y nadie me daba razón de el, ¿Sería posible que ya no viviese? , entonces recordé que al lado de su choza existía una laguna artificial producto de un movimiento de tierras, pregunte por ella, y me indicaron de su ubicación , después de unas cuantas vueltas vi sus aguas de color chocolate, con unos patos deslizándose gracilmente con el suave movimientos de sus patas, era tarde y el sol empezaba a ocultarse detrás de las copas de los escasos árboles que el hombre había respetado, y allí, media oculta estaba la choza de Ramón, maltratada por el tiempo, con las hojas de su techo rendidas bajo el peso de los años , y cariadas en sus bordes, al costado se veía la lumbre de unos leños, donde me pareció ver la olla en la que confeccionaba sus brebajes, pero en vez de ello habían unos plátanos asándose lentamente , salió a mi paso una mujer de edad indeterminada, no me reconoció ni yo a ella, al presentarme me dijo... Padrino.., Me sentí repentinamente viejo y fuera de lugar, me arrepentí de haber vuelto, pero ya estaba ahí, y ya no existía el sendero de regreso, pregunte por su padre y me pidió que la siguiera mientras unos críos de voluminosos vientres y pies desnudos se prendían de su vestido como temiendo perderla, pero sin retirar su curiosa mirada de mi persona, aún a costa de tropezar una y otra vez; Me tuve que agachar para entrar en la choza, y allí estaba Ramón, baldado sobre una hamaca, con las extremidades colgando flácidas como el péndulo muerto de un reloj que había detenido su marcha hacia mucho tiempo, con la mirada legañosa y perdida en el espacio, contemplando algo que yo no podía ver, cual un gladiador alienado por los golpes, indiferente a cuanto te rodeaba, introvertido en tu propio mundo, lo imagine vislumbrando las oníricas figuras de brillantes colores, e ingrávidos movimientos, esas explosiones de luz y sonido que tan bien me describía y que surgían como producto de la droga alucinógena contenida el Ayahuasca que el bebía, estaba en permanente viaje hacia ninguna parte, muy lejos de este mundo y sus terrenales cuitas.
Adiós Ramón, te marchaste sin irte y sin darme tiempo a despedirme, simplemente me tomaste la delantera, como cuando blandiendo un machete entre tus manos nos abrías camino entre la selva, guiando mis pasos detrás de los tuyos, en busca de las lianas que te servirían para trepar a ese mundo tan fantástico y que te era tan familiar, el que infructuosamente quisiste una y otra vez mostrarme.
Ayahuasca: Liana vegetal de contenido alcaloideo con propiedades alucinógenas, estrechamente vinculado a una serie de ritos mágico religiosos
Chacruna: vegetal de la selva con contenido de alcaloides de propiedades alucinógenas
Horcón: Tronco de madera dura y fuerte empleado a manera de columna sobre los que sostienen los tijerales de las viviendas típicas de la selva
martes, 6 de enero de 2009
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