martes, 6 de enero de 2009

EL TERRIBLE CRIMEN DE LA SRA. BARRANTES

Si vas a golpear, hazlo tan rápido y fuerte, que tu oponente no tenga tiempo de saber que ha sido lo que lo ha golpeado.

C
orrería la primera mitad de la década del cincuenta, aunque pudo ser antes, con precisión la fecha a escapado de mi memoria, pero los hechos los conservo frescos y con toda su carga emotiva , con la lozanía de aquello que deja honda huella en nuestro espíritu, aunque el dato cronológico solo tenga la relevancia de ubicar el hecho dentro de un contexto psico social especial , una Pucallpa bucólica y pueblerina, donde casi todos nos conocíamos, y los delitos mayores lo constituían el robo de alguna gallina de las que se paseaban por nuestras calles o un cerdo con los que compartían sus excursiones por el Jirón Coronel Portillo, la siete de Junio o Ucayali, una Pucallpa en la que en las noches calurosas los vecinos sacaban sus sillas y mecedoras a las aceras para en animada charla a la luz de las estrellas matar lentamente en paso de las horas, intercambiando noticias, anécdotas, transar negocios y planear futuros, estas amigables tertulias substituían con ventaja cualquier reunión de Directorio, para luego vencidos por el sueño retirarse a sus aposentos dejando el mobiliario en la calle, y sin cerrar cancelas, con la seguridad que nadie sustraería nada, ni sería víctima de violencia alguna.

Por el Jirón que conocemos hoy con el nombre de siete de junio, y que en ese entonces llamábamos simplemente “la Carretera” se producía el acceso obligado de todos los vehículos que llegaban de la costa y sierra, y este moría a orillas del Ucayali, como hasta la fecha lo hace, con la gran diferencia que en ese entonces ahí estaba el puerto, el cual por capricho de la naturaleza se ha ido desplazando paulatinamente mas al norte, ahí acoderaban las lanchas a vapor que nos conectaban con Iquitos y el Atlántico río abajo y hacia Masisea y Atalaya río arriba, sus familiares nombres “La Estefita” “El Adolfo” “ La Yurac” sonaban misteriosos a nuestros oídos, como los de visitantes de otros mundos, con sus cubiertas de madera y sus cascos de acero con redondas claraboyas por las que en las noches escapaba la luz como queriendo huir de sus entrañas, sus orgullosas chimeneas peinaban negras cabelleras de humo que en rizados bucles se perdían en el cielo ; Semejaban enormes cetáceos de vientre negro y blanco lomo, con sus estridentes sirenas que se escuchaban por todo el pueblo cuando anunciaban su arribo o su partida; Pues bien, una cuadra antes de llegar al puerto, sobre el lado derecho de la misma, se ubica (empleo el tiempo presente pues creo que aún existe) un local de material noble y techo de calamina, sin pretensión arquitectónica alguna, con la típica apariencia de un largo galpón, con una puerta mas o menos amplia, apropiada para la labor que desempeñaba en ese entonces, un almacén de compra y venta de productos varios, separaba a la tienda de la parte habitada, una precaria estantería de madera abarrotada de los productos que se expendían, siempre lo recuerdo con un olor a pescado seco, a manteca, a cáñamo, a aceitunas en botija, sus propietarios eran un matrimonio de apellido Barrantes, cuya procedencia no la tengo muy en claro, pero Con seguridad no eran de la selva, no tenían progenie, no al menos que yo la conociera, él era blanco, alto de facciones aguileñas, como esculpidas a cincel, ella mas bien baja, algo regordeta de cara redondeada, cabellera negra abundante, ambos de trato agradable y de naturaleza extrovertida y amigable, acompañaba al matrimonio una señorita, a la que trataban de sobrina, y que respondía al nombre de Emma, la cual enamoraba con un joven de nombre Amadeo, de sus apellidos no quiero evocar pues aun deben de vivir en algún lugar del País.

Ignoro por que afinidades, entablaron amistad con mis padres, nosotros que comíamos en el Restaurante del Hotel Rengifo, uno de los tres más grandes y cómodos que existan (los otros dos eran el Mercedes y el Triunfo) y que se encontraba a unos metros mas abajo en la acera del frente, pasábamos cotidianamente a la hora del almuerzo y de la cena por su puerta, recuerdo claramente que con mucha frecuencia al volver de la cena recalábamos en su puerta, donde habían colocado las consabidas sillas y mecedoras, y se instauraba una interesante tertulia que con el pretexto de hacer bajar los alimentos, iniciaba mi padre, ese magnífico narrador, de porte distinguido y voz engolada de barítono, matizada con cuentos de la Región, y que yo nunca me cansaba de escuchar, El Chuya Chaqui, El Fin Fin, El Tunchi, El Ayay Mama, La Yacu mama, etc., etc. etc. y todas aquellas historias de sabor misterioso y enigmático, de final siempre incierto, lo que les proporcionaba mas interés, y que captaba totalmente mi infantil atención , así, sentado en la acera al pie de mis mayores escuchaba entre extasiado y medroso, mirando en ocasiones los extremos de la calle, temiendo ver aparecer del túnel de su oscuridad alguno de estos míticos pobladores de nuestro Olimpo regional. Y los Barrantes compartían ese interés pues su mirar absorto así lo evidenciaba, lo que acicateaba a mi padre a añadir mas elementos de su propia cosecha a sus narraciones, este arte se cultivaba con esmero, pues salvo los dos cines con que contábamos, no existían otras distracciones, las emisiones radiales de Lima llegaban con mucha dificultad y abundante estática y Radio Telesar, el pionero de Ucayali aún existía solo en la mente de sus forjadores.

Así pasaban una a una las noches y los días, al calor del interminable estío de nuestra selva, arropados en la seguridad de esa agradable monotonía, donde nada podía ni debía suceder, donde la honestidad, confianza, buena vecindad, eran cosas tangibles, no meras huecas palabras; Hasta que una mañana con la fuerza de un tornado se quebró nuestra inocencia infantil y conocimos brutalmente de la crueldad del mundo, recuerdo que estaba sentado en la mesa familiar, frente a un pocillo esmaltado de blanco, colmado de tibia leche y unos perfumados y sabrosos plátanos fritos cubiertos por un níveo y brillante huevo frito, cuando mi padre, con la faz demudada le dijo a mi madre ...Han asesinado a la Sra. Barrantes ...... El tenedor quedo congelado en su trayecto hacia mis labios, como si mi brazo hubiera sido presa súbitamente de una terrible parálisis, delante de mis ojos cayó una cortina negra, y mis oídos se cerraron tapados por la enormidad de la noticia, y algo muy apreciado por mi se quebró interiormente en millones de fragmentos, los que caían en cámara lenta y sin sonido hacia una cima de mi alma de la que nunca tuve conocimiento hasta ese momento, que existiese.
Con el transcurrir de las horas y captando una frase aquí y otra allá, pues a los niños se nos ocultaban estas sordideces, fui armando el tenebroso rompecabezas de este luctuoso hecho, alguien había trepado un muro lateral aprovechando la existencia de un terreno sin construir aledaño a esta edificación, ..... Que había roto la tela metálica que lo protegía del ingreso de los zancudos, mas no de la maldad humana,.... que con un martillo le habían asestado de manera sádica un terrible golpe en el cráneo, mientras ella dormía plácidamente en su lecho, pues su esposo había viajado a la capital horas antes (una casualidad que hizo recaer las sospechas posteriormente en su persona) .... Que aparentemente no habían sustraído nada.... Que la sobrina y el enamorado se convirtieron en los primeros sospechosos ....que por estos hechos , el móvil no fue presuntamente el robo si no producto del mas vil de los sentimientos.. Uno del que no había oído hablar nunca e ignoraba de su existencia ... el odio.

Esa tarde escuche un fuerte martillar en la puerta de mi casa, mientras mi Padre aseguraba unos soportes a sus costados para poder trancarla, y algo similar hacían todos los vecinos, estoy seguro que las Ferreterías vendieron en esa fecha toda su dotación de candados, clavos y demás artículos que podían otorgar seguridad, y conocí del miedo al hombre, y mis sueños se poblaron de sobresaltos y temores, el familiar crujir de los tijerales de madera del techo, con el cambio de temperatura por el frescor de la noche adquiría connotaciones que nunca habían tenido para mi, el suave caminar de los gatos techeros podían ser los pasos sigilosos de un asesino nocturno, y muchas noches vi clarear la mañana a través de mi ventana y solo conciliaba nuevamente el sueño cuando el abrigo de la luz diurna cobijaba mis temores, los que todos compartíamos y que con vergonzoso silencio no comentábamos. Vi a mi padre introducir bajo la almohada su negro Colt 45, de nacarina empuñadura y de tambor redondo, y por primera vez vi asomar por sus seis ojos, las grises cabezas de la munición, la que cuidaba siempre de mantener alejada de nuestra vista y alcance.

Conocí de la palabra autopsia y su macabro significado, supe que sería velada en el local de los Auxilios Mutuos, un amplio salón que igual servia para alegres bailes los fines de semana y festividades importantes que para velatorios como en esta ocasión, haciendo acopio de un valor del que carecía, y en compañía de otro osado amigo de la infancia, decidimos ir a ver el cadáver, ¿que nos llevó a ello? pues hasta ahora no le encuentro cabal respuesta, quizá rota ya nuestra inocencia estábamos preparados para sensaciones mas fuertes, quizá nuestra segunda infancia estaba dando paso a una mas intrépida adolescencia , o había despertado ese ogro de morbosidad que todos llevamos dentro, El hecho es que a media mañana encaminamos nuestros pasos hacia el Jirón Raymondi, cruzamos la Tarapacá, y pegados a la acera al abrigo de la sombra de unos mangos , caminamos asombrados de nuestra osadía, en la puerta un Guardia Civil custodiaba inoportunamente lo que en su oportunidad no hizo, lo que nos pareció un contrasentido , pasamos de largo en un primer intento, propinándonos empujones y mascullando unos . ...entra tú primero... , cruzamos a la acera del frente y bajo un tórrido sol canicular que caía sobre nuestras cabezas como plomo derretido , sentíamos nuestras desnudas piernas solo cubiertas por pantalones cortos hasta la altura de las rodillas, Frías como los bloques de hielo que salían de la fábrica del Sr. Franchini , o quizá tan Frías como la muerte que nos aguardaba en la vereda del frente, esperamos disimuladamente hasta que el Guardia aburrido por la misión que le habían asignado , desapareció del marco de la puerta, hacia no se donde, volvimos a cruzar la calle y decididamente ingresamos al inmenso salón que olía a petróleo cerveza y aserrín, con su piso brillante de cemento pulido, al centro se apreciaba un ataúd de color madera, descansando sobre una mesa de color verde claro Que desentonaba con la ocasión, flanqueada por cuatro velas que crepitaban en sus cuatro esquinas como blancos y seráficos guardianes del alma y cuerpo de la difunta, a los costados y a ambos lados se alineaban contra los muros unas largas filas de toscas sillas, no había nadie en el recinto, que solos se quedan los muertos. , Lo que aumentó nuestra intrepidez, nos acercamos al féretro y empinándonos sobre la punta de nuestros pies asomamos la cabeza por encima de sus bordes y contemplé por primera vez la cara de la muerte, un rostro más blanco que de costumbre por la palidez cadavérica, miraba marcialmente hacia el frente, con los párpados entrecerrados, una cara que me era y a la vez no me era familiar, contrastaba con el negro de sus cabellos, y en su frente en uno de los lados se apreciaba ominosamente una depresión profunda redondeada de bordes nítidos, que se correspondía con la forma de la cabeza del martillo que le ocasionase la muerte, me sostuve unos segundos en esta posición hasta que mis pies empezaron a flaquear bajo el peso de mi cuerpo y de mis temores, nos Persignamos respetuosamente y creo haber musitado una oración, como había visto hacerlo en las películas, y retrocediendo sin dar la espalda a la difunta y esperando verla incorporarse del cajón en cualquier momento, nos retiramos con la máxima rapidez que nuestro orgullo varonil nos permitía sin caer en el ridículo.

Por supuesto que no se nos ocurrió comentar en nuestros hogares sobre la experiencia vivida, incluso que yo recuerde ni entre nosotros volvimos a hablar de ello, simplemente le di vuelta a la página de la vida, rehuyendo hacer memoria sobre ello, ya decía mi abuela con proverbial sabiduría: “las cosas sucias cuanto más se mueven mas huelen “y yo evitaba hacerlo.
Posteriormente escuche infinidad de versiones sobre los motivos y los causantes de este horrendo crimen, y hasta el día de hoy no tengo claro quien fue el culpable de ello, las incriminaciones variaron desde Emma y Amadeo, la pareja de enamorados, hasta el esposo, y los motivos desde el simple odio, a razones pasionales.

El hecho concreto es que Pucallpa desde entonces no volvió a ser la misma, se aseguraron las cancelas y el vecino empezó a desconfiar del vecino, el esposo de la esposa y el amigo del amigo, esta cruel noticia nos rescató del anonimato y nos puso en los diarios Capitalinos, supongo que entramos por la puerta grande a la página policial, dudoso y mezquino honor para un pueblo que hubiese querido seguir siendo lo que siempre había sido, eso ..Un Pueblo.

Para mi se terminaron las noches de tertulia, el pantalón corto me creció, empecé a mirar a las chicas con un interés diferente al simplemente amical, Pucallpa y yo cambiamos.

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