ESTOS SON MIS PRINCIPIOS, PERO SI NO LE AGRADAN… TENGO OTROS (Groucho Marx)
E
l primer recuerdo que de El me viene a la memoria , es el de una fresca mañana en que mi padre me llevó al Billar de la esquina de Coronel Portillo con Ucayali para refrescarnos bebiendo una gaseosa, y al traspasar sus puertas batientes, similares a las de las cantinas del viejo Oeste Norte Americano, lleno mi olfato ese olor a lúpulo y cebada fermentados, producto de la cerveza derramada por los parroquianos del lugar, mezclado con el sanitizado tufo del petróleo con que aseaban el piso de crujiente madera del amplio local, El seco y peculiar sonido de las brillantes bolas de billar entrechocando entre ellas, rompía el monótono silencio que parecía flotar sobre el ambiente como un ente corpóreo en este santa sanctorum exclusivamente masculino, se podía percibir el suave ruido emitido por la pastilla de tiza celeste al friccionarse sobre la cabeza de delicado cuero de los largos tacos de madera, de mangos lustrosos y bruñidos por su constante deslizar entre las nerviosas manos, unos amarillentos focos encapsulados en cajas de madera y colocados directamente sobre cada mesa, iluminaban el verde prado del tapiz de las mismas, sobre el que se desplazaban raudas las coloridas esferas, rebotando una y otra vez en sus acolchados bordes o cayendo en unas bolsas que colgaban como nidos de Paucar en sus esquinas, los hombres caminaban con pasos gráciles al rededor de la mesa , ejecutando una extraña danza siguiendo la partitura silente de un mudo instrumento.
Sentado en un taburete elevado, reposando sus pies en el travesaño delantero que unía sus patas. Y apoyando su humanidad sobre la barra, con el cuerpo inclinado hacia atrás, se hallaba quien mas tarde me fuese presentado como D. Belisario .... el Sr. Dentista, al que mas adelante me enteré llamaba el pueblo cariñosa y familiarmente, Don Belicho llevaba una camisa blanca de hilo , de manga corta, pantalones de color caqui de dril y un sólido casco colonial ingles del mismo color por encima ,y verde por debajo, con la visera anterior elevada, dejando al descubierto el nacimiento de su cabellera negra, y un rostro redondo centrado por un raleado bigote, los labios entreabiertos permitían ver los destellos emitidos por un incisivo de oro, como la intermitente luz de alarma de un tablero de instrumentos, tenía entre sus manos un vaso colmado de cerveza coronado por blanca espuma que de rato en rato llevaba a sus labios con deleite mientras observaba con ojos críticos las jugadas que se efectuaban en la mesa mas próxima.
Cortésmente, tocando ligeramente con su regordeta mano libre, el casco, contestó el saludo de mi padre y continuó con su holganza balanceando lentamente el taburete cual una mecedora, sobre sus patas traseras, nosotros ocupamos una esquina de la barra y a solicitud de mi padre el dependiente extrajo una helada kola negra Sysley, de un gran cilindro metálico en el que se veían numerosas botellas cubiertas por trozos de hielo, y aserrín húmedo, tapado a su vez por un trozo de tela de color amarronado y sucio que igual servia para evitar la fuga del frío de este regional envase, como para asear las botellas recién extraídas, retirando el aserrín que con tozudez de amante se adhería a su superficie de vidrio , y mientras yo disfrutaba de mi bebida lo observaba a través de la irregular transparencia del vaso en que yo bebía, ocultando mi rostro detrás de el, su superficie afacetada lo desdoblaba en varios fragmentos incompletos , ensanchando su imagen , convirtiéndolo en una figura chata y gruesa lo que provocaba mi hilaridad.
Pasaron los meses , no se cuantos, hasta que una mañana desperté con un lado de la cara hinchado, como si me hubiesen introducido una pepa de aguaje en ese lado de la boca, y presa de un gran dolor, me miré en el espejo y vi con el único ojo que podía abrir , un rostro que ya no me era familiar, mi padre al verme así dictamino muy serio...hay llevarlo al dentista... y sin mas, después de un frugal y doloroso desayuno, me tomó de la mano y nos encaminamos al Dentista.
Caminamos hasta la esquina del Jirón Coronel Portillo con el Jirón Siete de Junio y tras una corta espera me embarcaron en un destartalado autobús que ostentaba el matonesco nombre de “ El Truhán” y que hacia la ruta del kilómetro dos, donde terminaba la ciudad y empezaban las chacras, hasta el Hospital Regional, ubicado en ese entonces en la intersección de Coronel Portillo con la Inmaculada , tras descender avanzamos una cuadra mas hasta el Jirón Cáceres y penetramos en una casa de dos pisos, el primero de material noble y el segundo de madera, una construcción mixta como se estilaba en muchas de ellas, los peldaños de madera crujían bajo el peso de mi padre, y al llegar al piso superior percibí en el ambiente un olor a clavo , y a fenol, este último me era familiar por haberlo olfateado en otras oportunidades en la farmacia de la familia , y allí se encontraba Don Belisario, con la misma figura con que lo vi la primera vez, pero sin el casco ni el vaso de cerveza, aunque se barruntaba un olor a la misma cada vez que hablaba, se me hizo sentar en un incomodo sillón de fierro que me resultaba un tanto familiar, muy parecido al del peluquero , Sr. Sifuentes, a donde acudía todos los meses. Hasta entonces todo parecía inofensivo. Abrí la boca a su solicitud y Don Belisario empezó a golpear con una varilla metálica uno a uno mis dientes, hasta que al llegar a la pieza afectada me ocasionó un intenso dolor, y defensivamente cerré los labios y empuje con toda la fuerza de mi infantil cuerpo la mano regordeta del dentista, y uno de mis pies salió disparado hacia delante, como si se le hubiese repentinamente soltado un resorte, propinando una patada a la regordeta mano agresora , y el instrumento metálico salió despedido por una ventana dando acrobáticas volteretas en dirección a la calle, mientras él soltaba una interjección:... carajo con el muchacho...
Belicho bajó a recobrarlo, mientras yo me cubría la boca con ambas manos como la fuerza con que el naufrago se aferra a la tabla salvadora en medio de un océano de pánico, salte fuera del sillón y hubiera salido corriendo en una humillante estampida, de no estar de por medio los fuertes brazos de mi padre, que con firmeza me volvieron al potro de tortura en que repentinamente se había convertido el antes inofensivo sillón. , entre los gritos con que mi padre me conminaba a abrir la boca, los alaridos míos y la extraña técnica dental de Don Belisario, pues con una mano me cubría las fosas nasales para obligarme a abrir la boca para respirar con la otra con la destreza fruto de la experiencia de lidiar con muchos chicos como yo, hurgaba dentro de ella, mis ojos abiertos como platos contemplaban el brillo hipnótico de su diente de oro, el cual me hacia sarcásticamente dorados guiños , me extrajo no una, si no dos piezas, pues con mis constantes movimientos no le permití acertar a la primera, afortunadamente eran muelas de leche que pronto fueron substituidas por otras; pero lo que nunca fue sustituida de mi memoria fue la imagen de D. Belisario, ese apacible y sedentario individuo que mataba su ocio en el billar de la esquina con un vaso de cerveza , pero que albergaba un Mr. Hyde interiormente, al que yo conocí ese aciaga mañana.
Posteriormente cuando lo veía en la calle, diligentemente cambiaba yo de acera, recordaba avergonzado mis humillantes gritos y la feroz patada que le propiné, no le guardaba rencor alguno, pues me alivió del terrible dolor de muelas, sin embargo temía que el buen hombre recordase el para mi penoso incidente y contase a mis amistades la escena de la que fui protagonista.
Con el tiempo me enteré que Don Belicho nunca pasó por una Universidad, no se como ni donde aprendió el arte de extraer los dientes, y en su peregrinar por el mundo recaló en Pucallpa, donde por esos años no había ningún odontólogo titulado, escasamente existían tres a cuatro médicos, y eso ya era bastante, su presencia cubrió una necesidad, y son innumerables los Pucallpinos que asentaron sus posaderas en ese sillón de tortura y se beneficiaron de sus diestras pero dolorosas manos.
Con el tiempo llegaron Dentistas con sus títulos oliendo aún a tinta de imprenta, y empezaron a acusarlo de practica ilegal de la Odontología, y hasta lo humillaron haciéndolo citar en el puesto policial, le mezquinaron su forma de ganarse el pan de cada día, olvidaron el mucho bien que El hizo cuando ningún profesional de cartón Universitario quería venir a la Selva, a ese Infierno Verde como lo llamaban en la costa , donde se tildaba de loco aventurero o perseguido político o de la Justicia a aquellos pioneros que vislumbraron el Futuro de nuestra región, y que cosecharon el fruto bien ganado de su sacrificada siembra, Don Belisario sembró y no obtuvo nunca los placeres de la cosecha, el celo y egoísmo humano no se lo permitieron, sin embargo la gratitud de todos los que pasamos por sus manos esta muy lejos del alcance de las mezquindades humanas y no se la podrán arrebatar.
Paucar: ave de la selva de hermoso plumaje negro y amarillo que confecciona sus nidos que cuelgan de los árboles como racimos de uva.
martes, 6 de enero de 2009
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